sábado, 13 de mayo de 2017

1.1. El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 1 p.1



1-Asalto a palacio



Los aceros chocaban y el tañer de las espadas enmudecían los truenos. Los relámpagos iluminaban las gigantescas estatuas y entre ellas los dos ejércitos se batían en cruenta batalla. La sangre se mezclaba en el fango. Los soldados, cadáveres, bocas sin lengua gritaban gritos de guerra mientras sus huesudas manos empuñaban roñosas espadas. En un peñasco una mujer se ríe, viste de negro cuero ceñido y la lluvia parece evitarle. Es Nebra, la diosa de la muerte. La diosa se esfuma; en su lugar otra figura, otra mujer, mortal, no ríe. En el valle los guerreros siguen la batalla: Y en medio él, intangible. Un viejo rodeado de guerreros. Cerca de él una cara conocida. ¿Ghinmes? No puede ser. ¿Y su hermano, el rey? No está. Monstruosas deformaciones combaten junto a Ghinmes. Una de ellas atraviesa al atónito anciano para arrancarle la vida a un pobre soldado. 
Sebral dormía tan profundamente que los ruidos de batalla del pasillo contiguo no le producían estorbo alguno confundiéndose con los de su pesadilla. 
Un soldado de la guardia de palacio irrumpió en sus aposentos permitiendo así que el entrechocar del acero desvelara al viejo sabio.
–¡Señor! ¡Despertad!– Imploró el soldado. 
Sebral abrió tímidamente un ojo, perplejo por no poder localizar la fuente de donde provenía tan aquejada voz. «Por Lugos, que tu luz ilumine a este viejo ciego en tan intempestiva hora» rezó. Al poco tiempo el dios de la luz accedió a su ruego y las penumbras desaparecieron de su visión permitiéndole observar a su alrededor. El malherido soldado se apoyaba pesadamente sobre el marco de la puerta de la habitación, sufriendo en silencio las sangrantes heridas que soportaba en el costado. Una mueca de dolor desfiguraba su rostro. Sus ropas rasgadas y manchadas con sangre, quizás de otros, se podían ver a través de las aberturas de su armadura antes impecablemente plateada. –Asaltan el palacio –logró decir.
Sebral se incorporó de inmediato y cogiendo su bastón se acercó al soldado. –El rey, ¿Dónde está?
–Muerto señor. En su habitación.
–¿La princesa? –Le preguntó vacilante.
–En…  sus aposentos.
–¿Quién les protege? ¡Vamos! –Azuzó al guardián.
–Lowen –Dijo con su último aliento.

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