sábado, 20 de mayo de 2017

1.2 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 1 p.2


«... Sebral ha despertado y la realidad supera la crueldad de sus sueños»

Sus últimas palabras tranquilizaron al anciano. El capitán de la guardia imperial era fiel a su rey y defendería con su vida la de la princesa. Su destreza con las armas indicaba que los asaltantes tardarían bastante en abatirlo, aunque no resistiría eternamente sus ataques.
Sebral se atavió con su manto y corrió presto por la escalera de su torre, donde residía en palacio, para enlazar con el corredor que le llevaría a las dependencias reales. En su descenso por la escalera de caracol topó con una avanzadilla de asaltantes, perdidos tal vez, que subían por ella. Presto Sebral susurró antiguas palabras y de sus dedos salieron rayos azules dirigidos al enemigo. Éstos se desplomaron electrizados en los peldaños con grandes convulsiones, tropezando entre sí. Algunos de ellos cayeron por el hueco de la escalera y el resto fueron fácilmente sobrepasados por Sebral, que continuó su camino. Al llegar al piso deseado entró en un largo corredor, la sangre salpicaba impúdicamente las blancas paredes construidas por los maestros cofrades de las tierras del sur. El sabio pasó sorteando los cadáveres de los soldados que descansaban en el suelo. Al llegar a una bifurcación una gran fuerza le arrojó al suelo. Unas manos le alzaron al vuelo impidiendo que besara el bello embaldosado.
–¡Arriba, anciano! –Le espetó Shárika. Legionaria al servicio del rey que junto a cuatro de su compañía corrían por el corredor en busca de los asaltantes.
–¿Qué haces tú aquí?
–La puerta norte ha caído junto con la del oeste. Hay una compañía intentando defender las otras dos puertas pero los accesos interiores están abiertos sin guardia imperial que los vigile. Suponíamos que habían caído y hemos venido a ver como están las
cosas.
–El Rey ha muerto –anunció el anciano ya recuperado del golpe. –Hay que defender a la princesa, que está en sus dependencias. 
–¿Y el resto de la guardia imperial? –Preguntó Shárika intrigada.
–Supongo que han caído o están luchando en algún lugar de este intrincado lugar. ¡Vamos!
–De acuerdo. Salvaremos a tu princesa –Y dicho ésto se giró al resto de legionarios. –Legionarios. Tres delante en formación de cuña. Tú, Bremon, irás conmigo en la retaguardia. Sebral irá en medio. ¡Adelante! –Ordenó.
La formación arrancó por el pasillo cumpliendo su firme propósito. Atravesando los antes pulcros corredores de palacio, luchando con los asaltantes. Arrasando con todo aquel que se puso al paso.
–¿Quién protege a Saera? –Preguntó a Sebral.
–¡Lowen!
–¡Más rápido! –Avivó Shárika. –Lowen es bueno. Pero es muy viejo, no durará siempre. Rezo por que todavía esté ahí cuando lleguemos.
Siete asaltantes surgieron en el siguiente recodo del pasillo pero la comitiva no se paró. Se limitó a traspasarlos como una guadaña en el campo. Al poco rato llegaron al recibidor ovalado de las dependencias reales. Lowen estaba solo entre la puerta de las habitaciones de la princesa y la horda de asaltantes. Sus fuerzas empezaban a flaquear pero los cadáveres que yacían a sus pies daban buena cuenta de sus logros. Al ver llegar refuerzos sus esperanzas renacieron y atacó por última vez a los extraños con bríos renovados.
–¡Ahí está! ¡Matadlos! –Ordenó Shárika.
Los legionarios penetraron en la horda rebelde repartiendo muerte ahí donde golpeaban. En breves instantes llegaron a la puerta dejando tras de sí los restos de los asaltantes retorcidos en su dolor. Shárika se acercó al menudo cuerpo de Lowen que yacía jadeante en el suelo. «Pequeño gran guerrero. Tus días de gloria han acabado. Muere feliz pues cumpliste tu misión hasta tu último aliento.»
–¿Y ahora qué? –Preguntó dirigiéndose a Sebral. –Por ahora estamos solos. Si hay que hacer algo, ahora es el momento.
Sebral, absorto en sus pensamientos, abrió la puerta de las dependencias de la princesa Saera. Dentro localizó a ésta asustada, arrodillada junto a su aya en un rincón junto a la cama. Lentamente se dirigió hacía ella. –Soy yo princesa. Sebral, tu maestro. Levántate. Hemos de irnos de aquí enseguida.

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