miércoles, 14 de junio de 2017

1.5 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 1 p.5

La idea original era publicar cada sábado una parte de la novela, como podéis observar no ha tardado mucho en truncarse y por eso me toca disculparme. Espero que este retraso no se convierta en la tónica y podamos disfrutar de la historia regularmente. 


«Algunos no emprenderán el difícil viaje que les espera y otros desearían no haberlo emprendido. Tiempo de despedidas y de la aparición de un misterioso personaje.»

–Parece ser que están todos de acuerdo. Está decidido; dormirán aquí esta noche y mañana por la mañana partirán por el río Sub-Ilunor, como a nosotros nos gusta llamarle.
–Deberíamos partir ahora mismo –protestó Shárika.
–Es verdad, pero insisto. No todos tienen su fortaleza sargento –dijo el abad refiriéndose a la pequeña.
–Está bien, comprendo.
A un gesto del abad uno de los monjes les acompañó a sus habitaciones construidas en el ala norte de la abadía, alrededor de un claustro magníficamente cuidado.
La noche transcurrió en calma dentro de los muros de la abadía y al amanecer fueron despertados por los monjes que les rogaron les acompañaran por largos pasillos y estrechas escaleras hasta llegar a una sala de desnuda piedra en la que un río subterráneo hacía su entrada para perderse por una abertura al otro lado de la sala.
–Vaya, un embarcadero privado –comentó Ermis.
–Todo un lujo para los tiempos que corren, en efecto, pero muy útil a veces –le dijo el abad.
–Bienvenidos al Sub-Ilunor –les dijo un monje encima de una gran barcaza amarrada en la orilla–, si lo desean podemos partir ahora mismo.
–¡Partamos pues! –Exclamó Shárika.
–Maestro... –empezó a decir Sebral.
–No, no es tiempo para despedidas. El tiempo corre y empiezo a temer que os haya retenido más de lo que la prudencia pudiera exigir. Vamos, subid a la barca. No os preocupéis por ella, él la traerá de vuelta aquí –dijo señalando al monje.
Saera no quería subir, pataleaba y gritaba exigiendo que su aya fuera con ella. En vano fueron los intentos de Sebral por calmar a su joven alumna. Tuvo que ser Ermis el que la cogiera de la cintura y la metiera dentro de la barcaza aguantando gritos y codazos por igual.
–Podemos ir más rápidos –le dijo Sebral a Shárika en susurros.
–¿Cómo?
–Con la ayuda de un poco de magia.
–Ah, no. No más magia –protestó Thomas sin ser escuchado.
A Shárika tampoco le gustaba la magia pero debía de reconocer que por ahora les había ayudado bastante y quizás no estarían ahí de no ser por el anciano mago.
–Adelante pues –le indicó.
Sebral empezó a murmurar algo que nadie pudo escuchar y la barcaza lentamente se comenzó a mover para ir tomando poco a poco mayor velocidad.
–¡Jhiral, al timón! ¡Thomas, a proa! Ilumina con la antorcha el rumbo a seguir. –Ordenó Shárika.– ¡Ermis..! Tú sigue así –le dijo al comprobar que seguía forcejeando con la pequeña princesa.
Una vez la barcaza se perdió entre la oscuridad del túnel el abad, apesadumbrado, volvió escaleras arriba. Recorrió los mismos pasillos que momentos antes habían andado los legionarios y Sebral con la princesa y en una de las esquinas envueltas en sombras se detuvo para decir:
–Ya está hecho.
–Muy bien –contestó una voz–. No os preocupéis, estarán bien hasta que lleguen a Xhantia. Más allá no os prometo nada.
–Cuidad de ellos, os lo ruego –imploró el abad.

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