sábado, 24 de junio de 2017

2.2 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 2 p.2

«La posada parece un lugar seguro. Si consiguen pasar desapercibidos»

La Posada del Ahorcado fue construida a raíz de la ruta comerciante con el reino de Lican con Ákrita menor. La aldea de Minwin era una simple aldea de campesinos pero muy bien situada para el comercio gracias a su posición privilegiada junto a la encrucijada con el Gran Camino, que cruza todo el mundo de este a oeste, o viceversa.
La posada poseía dos plantas, la primera de las cuales se destinaba para restaurante y taberna. Siendo la segunda completamente ocupada por las habitaciones destinadas al cansado viajero que pudiera pagarlas. 
Aquella noche la taberna estaba medio vacía. Los lugareños preferían quedarse en sus casas calculando los destrozos que tres días de lluvia iba a provocar en sus cosechas a emborracharse sanamente con sus congéneres. Por ello el posadero miró con especial curiosidad el extraño grupo que entró en su local. Seis personas lo componían, cuatro de ellos soldados, quizás legionarios, mal disimulados con sus capas. Una joven acompañada con un hombre de indefinida aunque de avanzada edad, sobre protector con ella. Las seis personas entraron tranquilamente en la taberna y se sentaron en una mesa en un rincón del local. Uno de los soldados se acercó al posadero para pedirle comida y alojamiento. Bibol indicó una de sus más grandes habitaciones no sin antes asegurarse del color de su dinero al mismo tiempo que veía a través de los pliegues de la ropa de su interlocutor el resplandor del acero oculto en la capa. Poco después mandó una esclava con comida a su mesa.
–Gracias –agradeció Shárika a la esclava.
–¿Por qué dices eso? –Preguntó Saera. –Es una esclava. No hay nada que le tengas que agradecer.
–Majestad –interrumpió Sebral–, el mundo es diferente fuera de los muros de palacio y fuera de él la gente no tiende a pensar igual que vos. De hecho, cada uno actúa según sus principios morales y no según los deseos de su majestad.
–Esta mujer está trabajando para pagar su libertad, y eso es algo que tú nunca has tenido que hacer. Ni siquiera te habrás parado a pensar en eso –siguió Shárika cínicamente mientras dedicaba una de sus mejores sonrisas a la esclava–. Gracias de nuevo.
–¡Cómo te atreves... ! –Empezó a protestar Saera pero la mano de Sebral, a su izquierda, acalló su ira con una leve caricia en la suya.
–Majestad. No nos conviene hacernos notar. Se supone que viajamos de incógnito huyendo de su tío, ahora rey –dijo pausadamente una vez la esclava se hubo marchado.
Jhiral y Thomas se limitaron a mirarse entre ellos con una sonrisa floreciendo a sus rostros. Ermis vigilaba a los clientes y lanzaba furtivas miradas al posadero que disimulaba limpiando las jarras con un trapo sucio. –Estamos llamando demasiado la atención –susurró a Shárika.
Shárika asintió levemente con la cabeza. Examinó cuidadosamente a cada individuo: a parte de ellos seis, en la planta baja de la posada, estaba el posadero, demasiado cauto y curioso para su gusto; en la barra dos lugareños discutían medio borrachos sobre los devastadores efectos de la tormenta. En la primera mesa cinco campesinos jugaban a los dados entre risas y gritos. Cuatro personas más hablaban tranquilamente bebiendo cerveza. Pero todos parecían evitar al solitario extranjero que se encontraba sentado a solas con su cerveza en un rincón oscuro del local. «Un cazarrecompensas.» Dedujo Shárika.

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