sábado, 22 de julio de 2017

2.6 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 2 p.6

«El Bosque Lubre está maldito y la muerte les sigue de cerca.»

Antaño el Bosque Lubre se extendía por la ladera oeste de la Cordillera Pétrika, al sur de Ákrita, abarcando el valle del río Sil, rodeando la aldea de Minwin. Pero la economía rural basada en la agricultura prosperó y los campos de cultivo ganaron terreno a los hermosos árboles, reduciendo su número a menos de la mitad y confinando al bosque a vivir al este del Sil; en las laderas de la cordillera. Al paso del tiempo los románticos rincones se cubrieron de sombras, su fauna salvaje se volvió violentamente despiadada y su bella vegetación creció exuberantemente al tiempo que la oscuridad se apoderó del bosque, desde entonces maldito. Poblado por jaurías de lobos sedientos de sangre, según los cazadores; gigantescas plantas carnívoras, según los campesinos; dragones de tres cabezas o cuatro, coinciden algunos aldeanos; serpientes grandes o serpientes enormes de ocho y diez metros, animales voladores capaces de arrancarle a uno la cabeza de un mordisco,... y todo ello era cierto. Pero el camino era el sitio más seguro de todo el bosque.
Y por el camino corría la compañía con el miedo pisándoles los talones. Saera tropezó y cayó al suelo sonoramente. El resto paró en seco aprovechando para echar la vista atrás. El camino se perdía a la vista entre curvas y recovecos.


–¡Vamos! ¡Hemos de seguir! –increpó Shárika.
Saera emitió un grito de dolor al intentar incorporarse. –Un hueso roto. No podrá continuar por su propio pié –dijo Sebral después de inspeccionar la pierna.
–¡Maldición! –Gritó Shárika–. Está bien. ¡Thomas! Tú y Jhiral os turnaréis para llevar a Saera.
–Será una broma –se quejó Thomas.
–Sí. ¿Por qué no paramos a descansar? ¿Podríamos pasar aquí la noche? No parece un camino muy transitado –preguntó su compañero.
Sebral interrumpió los improperios que se agolpaban en boca de Shárika: –No sabemos si el misterioso extraño habrá tenido éxito en su lance con nuestro enemigo. Y si no lo ha tenido él sabe por donde hemos escapado. Creo que lo más prudente sería seguir ahora que nuestras piernas están fuertes y el estómago lleno.
–Pues plantémonos aquí a esperarle y démosle cara –retó Jhiral.
–¡Estás loco! –Gritó Ermis–. Vistes como sobrevivió al ataque de Sebral. Acaso piensas que tu espada será más fuerte que el huracán que él creó. O nuestra habilidad mejor que su técnica. No sé lo que visteis vosotros pero lo que yo vi me dejó helado. Parecía uno de los antiguos vueltos de la guerra para demostrar que el infierno bien podía traerlo él. Prefiero extenuarme de cansancio en la huida que descansar para el último sueño.
–¡Ya habéis oído holgazanes! Thomas. Tú serás el primero –ordenó Shárika.
Así emprendieron la marcha. Iniciándola al principio a buen ritmo para ir poco a poco decelerando, pues el cansancio empezaba a hacer mella en sus fuerzas. Shárika encabezaba el sexteto; vigilante a cualquier peligro. La seguía Sebral; con rostro de amarga preocupación. Jhiral aceleró un poco la marcha para adelantar a Sebral y ponerse al lado de su señora. –Nos vigilan, señora –susurró–.
–Lo sé. También yo lo noto –contestó en el mismo tono.
–¿Qué tipo de bosque es éste que el camino cambia a voluntad y el mal acalla a los pájaros? –Preguntó.
–Quizás deberías preguntárselo a Sebral. Pues creo que él es la persona más apropiada para ello –respondió–. Pero has dicho que el camino cambia a voluntad, y sin embargo yo no veo pruebas de ello.
–Hagamos pues un alto y miremos el camino recorrido. Así sus ojos lo podrán comprobar y mis piernas descansar.
–De acuerdo –dijo ella–. Está bien. ¡Descansaremos un rato! –Anunció al resto. Thomas aliviado posó a Saera en el suelo haciéndola proferir un gruñido de dolor. Sebral observaba con cuidado los lindes del camino mientras que el resto tenía la vista puesta en el camino recorrido. Lo que antes había sido un camino angosto y estrecho; pleno en curvas y falto de tramos rectos. Ahora se les aparecía como una ancha y recta carretera. Los legionarios desorientados alternaban sus miradas entre el camino y Shárika. Ésta, por el contrario, hizo caso omiso a sus callados ruegos y se dirigió a Sebral.
–¡Sebral! ¿Cómo explicáis lo que ven nuestros ojos? ¿Acaso algún tipo de magia o encantamiento nos ha nublado la mente o la razón?
–Al contrario mi querida sargento –contestó preocupado–. Mas este bosque tiene mente propia; y otra mente más poderosa, a la vez más maléfica, es dueña de él –explicó–. Has de saber que al principio el Bosque Lubre, pues así es ahora llamado, o el Jardín Arbóreo de Minwin como lo llamaban hace mucho tiempo; era un paraíso en la tierra, la gente se enamoraba al cobijo de sus árboles, los poetas se inspiraban en sus arroyos y nenúfares para sus poemas y los juglares cantaban loas a su hermosura. Pero un desafortunado día el mal se alojó en su corazón y como la manzana podrida en el cesto la oscuridad se extendió por él hasta abarcarlo por completo. Una magia poderosa reside en este bosque. Poderosa y oscura –concluyó.
–Con magia o sin ella. Poderosa o no. Lo mejor será movernos y no parar hasta salir de este maldito lugar.
–Maldito es sin duda –musitó Sebral.

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