domingo, 13 de agosto de 2017

2.8 El Errante: las bestias de la guerra . Episodio 2 p.8

Nuevo turno "lo siento" y pedir disculpas. Por motivos de disponibilidad de fibra no fue posible la publicación semanal del fin de semana anterior. Toca pues intentar resarciros con un bocado más grande de lo habitual. Espero lo disfrutéis.


«Un claro en el bosque, tiempo de descanso, curar heridas y presentaciones»

A partir de entonces anduvieron vigilantes con los ojos clavados en la negrura del bosque mas nada más vieron hasta que el cansancio hizo mella en sus fuerzas y su animó se volcó en localizar un buen sitio para descansar. Al poco rato un claro en el bosque a pocos pasos del camino se les ofreció a sus anhelantes ojos y por unánime decisión se dirigieron a él para acampar tras la larga marcha. «Gracias a Vela.», rezó Jhiral dejando cuidadosamente a Saera en el suelo. Presto Sebral se inclinó junto a ella para volver a examinar su pierna con más detenimiento: –Creo que podré curarla, al igual que tu herida Thomas. Pero mi poder se debilitará demasiado hasta llegar a un punto que sólo podré realizar hechizos menores –explicó al resto que se encontraba expectante–. Y creo que lo necesitaremos en este lugar –dijo mirando alrededor.
Los legionarios miraron a su sargento esperando sus órdenes.
–Una princesa coja no será de mucha ayuda en la huida –reflexionó en voz alta–. Deberemos movernos rápidamente para no ser capturados por lo que si puedes hacer algo hazlo. Que de velar por nuestras vidas nos ocuparemos nosotros y si se ha de luchar... ¡Por El Primero que venderemos cara nuestra piel sea hombre o demonio!
Sebral asintió con un gesto de la cabeza. Posó su mano izquierda delicadamente sobre el hueso roto de la princesa y una luz blanquecina apareció entre sus dedos al tiempo que musitaba un hechizo de curación. La luz desapareció dando paso a las sombras y Sebral dijo: –Ya está hecho. Ahora tú Thomas –y se levantó para posarse junto al legionario herido. Con manos más hábiles que lo que se podría juzgar por su edad el anciano le quitó la bota para inspeccionar mejor la herida. El surco de una quemadura le rodeaba la parte superior del tobillo izquierdo–. Al parecer la planta no sólo te quería comer. Si no que además quería hacerlo a la parrilla. Tranquilo –calmó al ver el gesto de preocupación del herido–. Pasará pronto –repitió la operación con el legionario y su dolor dio paso a la calma.
–Ahora he de descansar. Pues mis fuerzas me mantienen escasamente en pie y mis poderes dependen demasiado de éstas –dijo sentándose junto a Saera.
–Descansa pues anciano. Poderosos son tus poderes y grande ha sido tu ayuda. Tienes bien merecido el reposo. Como ya dije antes; nosotros nos ocuparemos de velar por el resto. Pero antes de todo una pregunta ruego me respondas. ¿Quién o qué era esa cosa que nos atacó en Minwin? Pues por Seanil, diosa de la sabiduría, que parece ser que sospechas o sabes algo que nosotros desconocemos y podría sernos de gran ayuda –preguntó Shárika de pie frente a él.
–Como bien deduces algo sé. O mejor sería decir que algo sospecho, pues cierta vez leí algo sobre el guerrero rojo que hoy nos ha encontrado –dijo intentando recordar–. Es un ...
–Jugger –terminó otra voz sorprendiendo a los presentes. Al unísono los legionarios desenvainaron de nuevo sus armas y formaron un muro infranqueable para repeler el ataque, ignorando sus fatigas. En la oscuridad una figura se perfilaba entre las sombras. Un encapuchado se dirigía tranquilamente hacia ellos –Podéis envainar las espadas pues no es de mí de quien debéis esperar ataque alguno –advirtió.
Shárika reconoció en la figura al extraño que les había ayudado en la aldea y consintió a envainar su arma tras un gesto de asentimiento de Sebral.
–¡Descubríos! Pues necesitamos ver el rostro de la persona a quien tanto hemos de agradecer. Aunque quizás, al igual que nosotros, tengáis algo que ocultar.
–Lo que tengo de ocultar no os lo enseñare a vosotros pero eso no me impide mostrarme a la luz con la cara descubierta –y avanzó a ella, a la luz de la luna, descubriéndose el rostro con movimientos lentos y suaves. Pues los otros tres legionarios no habían guardado sus armas y el peligro no había pasado aún–. Y he de decir que es un placer comprobar que en la Escuela todavía imparten clases de cortesía a la vez que estrategia militar. –Y ante ella se desveló una cara antaño bella pero ahora marcada por la edad y las penurias de múltiples batallas: Un parche le cubría el ojo izquierdo del cual surgía una cicatriz; unas pobladas cejas morenas hacían juego con una negra barba de cuatro días. Una hermosa melena morena descansaba sobre sus hombros. Era una faz sonriente con un velo de preocupación.
–¿Quién sois vos? –Preguntó autoritaria. Mientras los tres legionarios rodeaban al recién llegado. El extraño rompió en una gran carcajada sorprendiendo a los soldados y cuando terminó dijo: –¿Por qué no se lo contestas tú Sebral, hijo de Seb? –todavía risueño.
Entonces los legionarios volvieron sus rostros en dirección al interpelado. Y Sebral al ver sus caras de sorpresa rió también. Con tanta alegría que el temor de todos se disipó como la lluvia limpia los residuos de la calle y la polución de las fraguas en las grandes ciudades.
–Caballeros –empezó a decir–, tienen ante ustedes a una leyenda viva. La cual responde a nombre de El Errante, también conocido por otros muchos nombres que no diré ni aquí ni ahora.
El silencio producido por la sorpresa fue quebrado por Jhiral que dijo:
–Lo veis. Ya os dije que era verdad –emocionado.
Mas el resto de los legionarios no acertaba a hablar y se limitaban a mirar al Errante con mudo estupor.
–Afortunadamente la princesa Saera está sumida en un profundo sueño. De lo contrario saltaría emocionada sobre ti –explicó Sebral–, pues ha oído demasiadas historias tuyas en palacio para tan corta edad.
El Errante le escuchó con una sonrisa en el rostro y después de abrazarle se dirigió a los otros:
–A Sebral, sabio consejero del rey, y a Saera, hija y heredera de él, ya los conozco –explicó–. ¿Quiénes sois que acompañáis a tan ilustres personajes por tan oscuros caminos? Pues sólo una de vuestras caras me es conocida. –Dijo deteniéndose enfrente de Shárika–. Y ese eres tú –señalando con un gesto de su mano izquierda a Ermis.
–Soy Ermis, de Cornayes –indicó orgulloso.
–De Cornayes, ¿eh? –Dijo meditabundo–. Que eres legionario se ve a simple vista mas tu cara me es conocida, pero no consigo recordar porqué.
–He estado siete meses en la frontera con los reinos del norte y tres meses en Trípemes.
–En Trípemes –repitió el Errante iluminado–. Entonces eres uno de los cuatro supervivientes de la incursión... ¿Cómo la llamasteis? Vosotros en la Legión le dais nombre a cada batallita en la que os veis envueltos por insignificante que ésta pueda parecer al resto del mundo.
–¡La Tercera!
–La Tercera. Supongo que la razón para tan curioso nombre es que fue la tercera incursión en los suburbios de la ciudad –dijo cavilando solo–. Sí, la recuerdo bien. ¿Supongo bien al deducir que eres uno de los cuatro supervivientes?
–¿Estuviste ahí? Entonces... ¿Por qué no nos ayudaste? –Preguntó enfadado.
–¡Pero sí lo hice! –Contestó el Errante–. Estás vivo. ¿No es así?
Ermis se quedó perplejo ante la contestación. En su interior empezó a recordar los aquellos angustiosos momentos en que huían por los callejones esquivando flechas y enemigos por igual. Oculto en un rincón de su memoria encontró el vago recuerdo de ver como los enemigos caían abatidos desde las ventanas de una de las casas. Sólo un recuerdo vago que hasta ahora no había tenido importancia. Perdido como estaba buscando por los laberintos de su mente no se percató del resto de las presentaciones y cuando acabó su búsqueda encontró a Shárika discutiendo con el Errante.

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