jueves, 12 de octubre de 2017

2.15 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 2 p.15

«Con sus vidas en juego no hay más remedio que apostar todo a la carta más alta.»

Con unas breves palabras y un par de gestos provocó un círculo de llamas que protegió el campamento rodeando el claro en su lindero. El Errante se acercó a Sebral.
–Despierta, viejo, te necesito ahora –le dijo dándole pequeños puntapiés con sus botas.
Shárika por su parte despertó a sus legionarios poniéndoles en posición defensiva alrededor de Saera. Las llamas alumbraban sus asustados rostros mientras que la princesa permanecía dormida ajena al peligro.
Sebral se incorporó sacudiéndose el polvo de sus ropas y se dirigió hacia donde estaba el Errante, que situado junto a las llamas observaba el ejército de cadáveres. Soldados muertos, centenares, se agolpaban junto el claro a la espera de la orden de ataque. Una orden que no llegaba debido a la barrera de fuego.
–¿Para qué me necesitas?
–Lo único que les impide entrar es el fuego. Si yo fallo deberás de procurar que no se apague o moriremos.
–De acuerdo. ¿Y tú que vas a hacer?
–Voy a jugar un rato –. Dijo irónicamente.


–Mierda.
–Ese vocabulario, anciano.
El Errante se separó un poco de Sebral y gritó:
–Rey Vidom. Sal y muéstrate. Quiero verte, tengo un negocio que proponerte.
Nadie contestó, pero el bosque enmudeció. El viento dejó de soplar. Pasó un instante eterno y al final Sebral observó como los soldados se retiraban suavemente, como flotando, para formar un pasillo.
–¡Ahí! –Gritó.
–Ya lo he visto. –Un vistazo al claro para asegurarse que el resto estuviera bien. Saera seguía dormida. El fuego cumplía su misión y ningún soldado osaba atravesarlo, todavía.
El fondo de recién creado pasillo se perdía en las entrañas del bosque, de ahí apareció el rey Vidom. Andando, flotando levemente, lentamente hasta el claro. Su armadura dorada brillaba desgajando la oscuridad del bosque como un cuchillo, su azulada capa flotaba etérea alrededor de él. Al llegar al círculo de fuego se detuvo, justo enfrente del Errante, reflejándose las llamas en su escaso rostro y en su corona.
–¿Quién eres tú, que proclamas poder hacer negocios conmigo? –Preguntó. Y pese a no poseer ningún labio, Sebral juraría que estaba sonriendo divertido.
–Soy el Errante.
No dijo más. En silencio observó al anciano cadáver andante mientras el rey estudiaba la situación y los sitiados.
–He oído hablar de ti. Hasta en el ahora actual mi reino las noticias de tus gestas han llegado nítidas y claras a mis extintos oídos. Pero, ¿por qué no habría de matarte y regar los árboles de mi bosque con vuestra sangre?
–Porque soy uno de los pocos que sabe la razón de vuestra situación. –Dejó que la frase flotara en el aire mientras buscaba una hoja en su ropa para prepararse un cigarro, creando una pausa artificial–. Pero soy el único que posee el poder para terminarla. –Concluyó mientras encendía el cigarro con las mismas llamas que formaban su barrera de fuego.
Vidom enmudeció pero después de unos breves instantes irrumpió en carcajadas. Su risa era aterradora y Saera tendría pesadillas con ella toda su vida, pese a estar dormida cuando las oyó. El ejército de muertos rió junto a su rey poniendo a los legionarios más nerviosos.
–Demuéstralo. –Ordenó el rey.
–¿Acaso no fue Férmax el causante de tu encierro? Del tuyo y el de tu ejército. ¿No fue persiguiendo a este mago que había escapado de tus lacayos que llegasteis a este bosque? ¿No fue aquí, quizás no muy lejos de donde nos encontramos ahora, que os hechizó y maldijo para siempre? ¿No es verdad? –Dejó tiempo a que el rey pensara–. Y desde entonces habéis estado esperando a que alguien vuelva con la llave de vuestro exilio eterno.
–Y ese eres tú, si no me equivoco.
Sebral observaba la escena pero se dio cuenta de cómo los soldados se acercaban cada vez más a la barrera a la espera de una sigilosa señal de ataque.
–Sí, yo soy.
–Pues empieza. Líbranos de esta prisión de madera.
–Luego, ahora no tengo el pergamino con el hechizo adecuado. Más tarde, lo juro.
–¡Mientes!
–Sabes que no.
–Mataré a tus amigos uno a uno hasta que consiga que lo digas.
–No. No lo harás –dijo mirándole fijamente a sus cuencas donde siglos atrás debían estar los ojos. – Porque si así lo haces, si alguno de ellos sufre daño alguno dentro de este bosque, te haré directamente responsable de ello y nunca, nunca volveré para liberarte. Eso también te lo juro.
–Sigues mintiendo, es un farol.
–No puedes arriesgarte y lo sabes. Pero no es un farol. –Continuó mientras estudiaba al rey de los muertos. –¿Qué decides? ¿Habrá lucha, o no?
El Rey Vidom levantó el huesudo brazo y el ejército se retiró entre los árboles.
–No habrá lucha. Viviréis. Por hoy –dijo mientras se esfumaba como el humo.
Sebral sopló aliviado mirando ahí donde antes le esperaba la muerte. El Errante se le acercó y le puso la mano en el hombro por detrás suyo.
–Ya puedes volver en brazos de Lotos. No necesitaremos más el fuego por hoy. Descansa viejo amigo.
–¿Estás seguro? –Preguntó escéptico.
–Por supuesto. Anda, ve y diles a los demás que pueden descansar tranquilos. Deben de recuperar fuerzas, pues mañana las necesitaran. Te lo aseguro.
Cansados como estaban, ninguno de ellos se opuso a la sugerencia y al poco rato todos dormían mientras el Errante custodiaba sus sueños.

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