sábado, 14 de octubre de 2017

3.2 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 3 p.2

«Por primera vez en mucho tiempo luce la luz del alba en el Bosque Lubre y tampoco es cuestión de desaprovechar la ocasión. Ni siquiera para revelaciones de última hora.»

Los rayos de luz iluminaron el Bosque Lubre anunciando el amanecer.
–Curioso –se dijo el Errante para sí.
Desvelado el grupo los durmientes empezaron a desesperazarse bajo la atenta mirada del Errante que permanecía en silencio.
–Tengo hambre –dijo Thomas.
–Tú siempre tienes hambre –contestó Jhiral.
–¿No sabías que el desayuno es la comida más importante del día?
–Para ti todas las comidas son importantes.
El Errante estudiaba a los legionarios; formaban un buen grupo, compacto y entrenado. Jhiral y Thomas parecían conocerse desde hacía tiempo. Ermis y Shárika por el contrario debía ser la primera vez que actuaban juntos. Sin embargo existía un alto grado de compenetración entre los cuatro y mientras los dos primeros recogían el escaso equipaje los otros dos restantes montaban guardia en los flancos.
Ni Saera ni Thomas acusaron dolores en sus heridas y parecían estar completamente sanados. Ninguna secuela les impedía emprender la marcha. Saera vio al Errante mientras éste liaba
un cigarro, se acercó a Sebral y le susurró al oído.
–Maestro, ¿es el soldado de la taberna?
Sebral le miró y sonrió pensando que para su alumna toda la gente se dividía en cortesanos o soldados. No hacía más distinciones.
–Así es princesa. Pero no es un soldado, es un simple aventurero.
–Nos salvó la vida, ¿verdad? –Preguntó haciendo caso omiso al comentario de su maestro.
–Muy posiblemente sí. Creo que sí lo hizo.
–Entonces, creo que como heredera del trono de Ákrita me corresponde agradecerle su ayuda, ¿verdad? –Dijo Saera buscando aprobación.
–Hum. Así es princesa –respondió Sebral meditabundo mientras luchaba con las correas de su equipaje.


El Errante se encontraba al lado de Ermis, el cual observaba nervioso los linderos del bosque en los cuales todavía se encontraban soldados del ejército del Rey Vidom:
–Tranquilo –le dijo el Errante–. Si quisieran atacarnos ya lo habrían hecho. Llevan ahí toda la noche.
–¿Toda la noche?
–Sí. Y no se han movido ningún milímetro. Deberíamos darnos prisa, esta luz no durará mucho –continuó cambiando de tema.
–¡Soldado! –Interrumpió Saera.
Ermis giró para responderle mientras que el Errante no se inmutó.
–No es a ti a quien busco, si no a él –dijo señalando al Errante.
–¿A mí pues? ¿Y que quieres pequeña? –Dijo el Errante sin volverse para mirarla.
–¡Mírame cuando te hablo! –Gritó Saera.
–No hay tiempo para juegos pequeña. Corre a recoger tus cosas. Tenemos prisa.
–¿No sabes con quién hablas? Soy Saera, hija del Rey de Ákrita y heredera legítima a su trono. Deberías...
–Debería darte un par de azotes para que fueras a recoger tu equipaje, princesa –interrumpió el Errante –. ¡Vamos! Nadie lo va ha hacer por ti.
–¡¿Cómo te atreves?! ¡Te arrepentirás por esto! –Bramó encolerizada pataleando el suelo.
El Errante desenfundó con presteza su espada de la funda de la espalda y la apoyó junto al cuello de la princesa, alarmando a todo el grupo.
–Nunca. Nunca amenaces a alguien que se sabe más poderoso que tú. En estos momentos tu vida depende de un giro de mi muñeca, y mi paciencia.
Saera con los ojos desorbitados de pánico reconoció la verdad en sus palabras.
–Y bien, ¿qué decides? Corres a hacer tu equipaje o prefieres seguir molestando aquí.
La princesa decidió rápidamente y sus jóvenes piernas la llevaron volando junto a su maestro.
–Sabia decisión –se dijo el Errante.
–Querido amigo, creo que en representación de todos los aquí presentes, gracias. Hacía tiempo que se lo andaba buscando –le dijo Ermis.

–Maldito aventurero de pacotilla –se dijo Saera junto a Sebral –. ¿Cómo se atreve? Cualquier día de éstos se arrepentirá de sus palabras. Espera que encontremos al Errante, entonces verá lo que puede hacer una princesa.
Sebral la observaba divertido sin poder refrenar una carcajada dijo:
–No verá nada Saera. Él es el Errante.
La noticia la dejó paralizada, pero pronto salió de su estupor para obedecer la orden del Errante.
Una vez organizado el grupo se puso en marcha. Al salir del claro para tomar el camino vieron asombrados como ahora éste se mostraba ante ellos recto y ancho ofreciendo una cómoda travesía.
–Por lo que se ve, tu estratagema a surtido efecto.
–Era lógico. Le di esperanza, y no puede arriesgarse a perderla.
El grupo comenzó a andar por el camino. Shárika encabezaba la marcha, seguida por Sebral junto al Errante y Saera. Los legionarios cuidaban la retaguardia vigilando a los soldados que aparecían entre los árboles. Parecían vigilar cada uno de sus pasos.
–¿Tú crees que estamos mejor que antes? –Le preguntó Jhiral a Thomas.
–Con el estomago vacío no creo en nada –le contestó el legionario.
–Venga, no os rezaguéis –les espetó Ermis–. No quisiera encontrarme solo rodeado por esos, ¿y vosotros?
Como muda respuesta aceleraron el paso para unirse con el resto que andaba un poco más por delante.
De improvisto el cielo se oscureció y el día se extinguió para dar paso a la noche. Una noche extraña, sin estrellas ni luna que la iluminara.
–Esto es más normal –dijo el Errante.

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