sábado, 18 de noviembre de 2017

4.2 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 4.2

«Dentro de la fortaleza ciudad espectante el grupo se empieza a considerar a salvo. Pese a haber sido descubiertos por Tékrex, Capitán de los Espectantes.»

El ensordecedor ruido de los engranajes volvió a retumbar; a sus espaldas grandes barras de hierro bajaban lentamente de una abertura en el techo cerca de la puerta mientras que otras barras de igual composición y similar envergadura surgían del lado derecho de la cueva para atravesar horizontalmente el túnel y enclavarse en el lado izquierdo, formando así una reja de poderoso poder defensivo.
La cueva consistía en un largo y ancho túnel que cruzaba la base del promontorio rocoso. Mientras andaban hacía el final del túnel los legionarios observaron que repartidas a distancias iguales grandes rejas colgaban del techo cavernoso para poder ser soltadas en caso de un inesperado asalto a la ciudad. Los asaltantes quedarían atrapados entre las rejas metálicas para servir de blanco a las flechas de los guardias apostados en los pasillos laterales.
El túnel terminaba en una gran cueva en forma de cilindro hueco que comunicaba con la ciudad. Grandes vigas de madera reforzadas con hierro apuntalaban las paredes y sostenían el gigantesco entramado que debía soportar la presión ejercida por el propio peso de Ciudad-Garra. En el centro de la cueva una gigantesca plataforma circular de madera era accionada por un gran torno que la hacía ascender o descender con la ayuda de diez baskis.
–Buena madera –dijo Thomas sorprendido por la fastuosa obra de ingeniería.
–Qué sabrás tú –le espetó Ermis.
–Resulta que mi padre fue carpintero, yo iba a ser carpintero –replicó mientras un velo de tristeza ensombrecía su rostro.
En aquel momento la plataforma descendía lentamente portando a mil espectantes. Sus doradas armaduras laminadas lanzaban destellos a causa de los rayos de luz que se filtraba por los tragaluces. Sus guantes azules sujetaban con firmeza sus monturas mientras que sus cascos tubulares ocultaban sus facciones. Unas camisas azules cubrían sus armaduras y unos faldones del mismo color tapaban sus piernas hasta las rodillas. Largas espadas pendían de sus cintos dispuestas para la batalla.
–¡Apartaos! –Ordenó el jorobado–. Dejad paso a Tékrex, Capitán de los Espectantes, gran guerrero y estudioso de la fe.
El grupo se apartó a un lado de la cueva. La plataforma finalizó su largo descenso y del grupo salió montado en su corcel, negro como el ébano, un espectante cuya única diferencia parecía consistir en una capa azul y unas plumas en su dorado casco, diferente también del de los demás; un poco más estrecho por arriba para empezar a ensancharse por la altura de la nariz y terminar con una base igual de ancha que los cascos regulares.
Tékrex se acercó a los recién llegados y le preguntó al jorobado: –Dime esperpento, ¿quiénes son estos a los que acompañas?
–Son viajeros gran señor. Sucios vagabundos que se han visto sorprendidos por la tormenta y piden humildemente cobijo mientras continúe. Me dispongo a comunicar su solicitud a arriba.
–Vagabundos ¿eh?
Tékrex les estudió brevemente y luego se dirigió al jorobado.
–Envía el comunicado sí, pero informa que son cuatro legionarios con un viejo mago y una chiquilla los que buscan cobijo.
–¿Cuatro legionarios? –Preguntó sorprendido. Al no recibir contestación asintió: –Sí gran señor. Así lo haré.
–¿Adónde os dirigís? –Se aventuró Sebral a preguntar–. ¿Acaso ha empezado alguna guerra?
El capitán le miró meditando si debía contestar la pregunta pero algo en los ojos del anciano le disipó sus dudas.
–A la Puerta Oeste, al paso de Copro. Lord Xeos ha solicitado nuestra ayuda y nuestro señor ha tenido a bien concedérsela.
Dicho esto espoleó su caballo y avanzó por el largo túnel seguido por sus tropas. Al final del túnel las hojas del portalón se movían lentamente abriéndose al exterior y las barras metálicas habían desaparecido en sus refugios.
El jorobado les llevó a una zona cercana a la plataforma y les indicó que esperaran. Después se acercó a una gran viga que hacía la función de columna, en la que había enganchada una especie de copa de metal. El jorobado la soltó y pudieron observar que de la base de ésta había enganchado un hilo, que la deforme criatura procuraba que siempre estuviera tirante.
Estiró tres veces del hilo y luego se colocó el recipiente en su única oreja, la izquierda. Con rostro satisfecho cambió el recipiente de lugar colocándoselo frente a su boca y empezó a hablar. Después lo puso en su oído mientras les miraba distraídamente. Al cabo de un rato inclinó la cabeza levemente e hizo un gesto imperceptible con su mano derecha.
Imperceptible para todos menos para los avezados ojos de Shárika.
–¡En círculo! –Ordenó.
Al instante Sebral y Saera se vieron protegidos por un círculo de legionarios, que a su vez se encontraba rodeado por otro círculo de espectantes salidos de sus escondites.
La tensión era palpable pero el jorobado la disipó presto.
–He recibido contestación.
–¿Y es? –Preguntó Sebral.
–Vuestra solicitud ha sido rechazada –anunció frotándose las manos como si fuera un usurero frente a un tesoro.
–Deberéis marchar enseguida –indicó–, ya. ¿Lo haréis por las buenas o deberé de indicar a estos señores que os acompañen a la salida?
–Entramos libremente y nos iremos de igual modo –dijo Shárika mientras enfundaba su espada–, y lo haremos presto y sin demora para evitaros más contratiempos–. Añadió haciendo una leve reverencia.
El grupo marchó por el mismo túnel que les había visto entrar y cuando estuvieron fuera de él, bajo la lluvia, Ermis preguntó a Shárika: –¿Y ahora qué?
–A las cuevas que nos dijo el pastor, ¡rápido!

miércoles, 15 de noviembre de 2017

4.1 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 4.1

«Terminadas las montañas parece que los verdes campos serán más cómodos de recorrer. Para desgracia de algunos Ciudad-Garra guarda por la seguridad en aquella zona.»




4-Ciudad-Garra


Al pasar una pequeña loma los caminantes pudieron divisar la vasta extensión de la llanura de Xhantia. Un infinito mar verde se extendía ante ellos contenido por la Cordillera Pétrika, al norte, y la Sierra del Sur. Pequeñas agrupaciones boscosas aparecían salpicadas entre las lomas y, allí donde los baskis no ejercían su función propia que a todo ganado corresponde hacer, grandes campos de cultivo adornaban el paisaje. Al frente, en el sudeste, se erguía la Ciudad-Garra; edificada sobre una enorme formación rocosa que, capricho de los dioses, en forma de antebrazo parecía surgir de la misma tierra rematado en una garra abierta en la que se alojaba el hogar de los espectantes. Ciudad-Garra hacía la función de centinela de la región y como tal atalaya dominaba el paisaje.
–¿Eso es Ciudad-Garra? –Preguntó Ermis.
–Sí. Eso es –contestó Sebral admirando el paisaje.
–Impresionante, ¿verdad? –Le preguntó Thomas sin recibir respuesta.
–Venga, vamos –ordenó Shárika.
El camino parecía llevarles directamente a su destino y, puesto que ya no se encontraban en Ákrita, Shárika decidió continuar por él para poder avanzar más cómoda y rápidamente.
A medida que iban avanzando los caminantes pudieron comprobar que la superficie, que al principio habían apreciado llana, era en realidad una sucesión continua de lomas entre las que circulaban pequeños ríos como si una extensa red de canales de agua hubiera caído del cielo.
De vez en cuando estos ríos formaban pequeños lagos hermosamente adornados por la vegetación local que servían como abrevadero de la fauna local. En uno de ellos pudieron ver como una manada de lobos saciaban su sed sin importunarles su presencia, ajenos a toda distracción.
–¿Cómo es posible? –Empezó a preguntar Saera.
–En Xhantia, princesa, los lobos son adorados en la misma medida que los dioses. De hecho, cada clan adora a un lobo en particular. Así tenemos el clan del lobo blanco, el del lobo gris, o el lobo pardo, o tuerto, etcétera...
–O el lobo muerto de hambre –interrumpió Thomas.
Saera le miró y después volvió a preguntar a Sebral:
–Si un lobo mata o ataca a alguien del clan, ¿no le cazan?
–¿No atacarías tú a un dios que pretende acabar contigo?
–Sí, claro.
–Pues ellos también.
Poco después, dos o tres lomas después, Saera tuvo una de las mayores sorpresas de su vida. Un animal; de unos dos metros de alto por tres de largo, cuadrúpedo, con una piel parda y poderosas piernas para soportar su tonelada y media de peso, pastaba cerca del camino con su enorme mandíbula. Unos ojitos tiernos invitaban a acariciarle como si de un perrito faldero se tratara.
–¿Puedo? –Rogó la niña.
Sebral miró a Shárika en busca de consejo y ésta asintió con la cabeza.
–Nos vendrá bien otro pequeño descanso.
Ya estaban cerca de Ciudad-Garra y, al desconocer que tipo de recibimiento les esperaba una vez allí juzgó que era mejor llegar lo más frescos posibles.
Los legionarios se dejaron caer al suelo junto a su equipaje mientras que Sebral se acercó a Saera para indicarle como debía de darle de comer al baski.
–Huele mal –protestó Saera arrugando la nariz.
–Como casi todo en esta vida, princesa.
–Sebral, ¿cómo es que está suelto el ganado estando tan cerca los lobos? –Preguntó Ermis.
–Buena pregunta, ¿por qué no se la preguntas a él? –Le contestó indicando con su bastón a un pastor que acababa de llegar.
Al verlo los soldados saltaron en el suelo para ponerse en guardia pero el gesto apaciguador de la mano de Sebral les invitó a relajarse.
–Saludos viajeros. Soy Brásor, del Clan Lobo Gris –dijo el pastor en Xhanes.
Saera tuvo que reprimir la sonrisa que le producía oír hablar en ese idioma.
–Saludos Brásor, soy Sebral, hijo de Seb, de Ákrita –le respondió en su mismo idioma–. Espero no haberle importunado, mi alumna nunca había estado cerca de uno –dijo indicando al baski– y no la he podido contener.
–En absoluto. Si de tan lejos venís es normal que sienta curiosidad por aquello que le es desconocido. Además, todavía está en edad de serlo, ¿verdad pequeña?
–Y que lo diga –Soltó Jhiral en Magen.
–Pero cariño, otra vez tendrá que ser –le dijo a Saera acuclillado frente a ella–. ¿Ves esas nubes al fondo?
El grupo miró allí donde indicaba el pastor, unas nubes venían del este prometiendo problemas.
Saera asintió.
–Pues indican que viene una tormenta, y me lo tengo que llevar a casa antes de que llegue aquí. Lo siento de veras pequeña.
–Vaya.
–Y a ustedes, vayan donde vayan, les aconsejo que se marchen ya y se pongan a cubierto. Un poco más adelante, en la encrucijada antes de Ciudad-Garra, hay unas cuevas junto al camino que bien les pondrían servir de refugio.
–Muchas gracias, creo que seguiremos su consejo –le dijo Sebral.
–Hasta luego, que los lobos les guarden –se despidió con el saludo tradicional de la región.
Saera tristemente vio como el pastor se llevaba al baski a lugar seguro.
–Ya habéis oído –dijo Shárika poniéndose en pie–, hagamos lo que ha dicho y pongámonos en marcha también.
–Ruego porque no lleguemos nunca –apostilló Ermis.
Pronto se pusieron en marcha acelerando considerablemente el paso y a los pocos minutos toparon con una encrucijada de caminos; en ella dos anchos caminos se dirigían uno al este y otro al sudoeste, mientras que un tercero, más estrecho, continuaba recto, directo a Ciudad-Garra.
Pese a la desilusión y desespero de Ermis tomaron el camino más estrecho y cuando las primeras gotas empezaron a caer ellos ya estaban a las puertas de la ciudad.
La entrada a la ciudad en realidad constituía en un enorme portalón de doble hoja, forjada en hierro, de seis metros de alto por ocho de largo, en forma de medio arco. Este portalón se situaba enclavado dentro de una gigantesca gruta, excavada a los pies del promontorio rocoso en el que se asentaba la ciudad, siendo ésta el único lugar de paso a la sede de los Espectantes. La gruta se abría allí donde la pendiente era menos pronunciada. Un examen exhaustivo de Shárika le reveló unos pequeños, y casi imperceptibles, agujeros a lo largo de la ladera que ejercían de tragaluces.
–Y bien, ¿ahora qué? –Preguntó Thomas.
–Llamemos –dijo Shárika. Y con la empuñadura de su espada golpeó dos veces en la puerta.
Un eco metálico resonó de las profundidades de la roca sorprendiendo a los viajeros.
Esperaron.
Sin recibir respuesta Ermis aprovechó para decir: –Parece que no nos hacen caso. ¿Y si seguimos nuestro camino?
–Quieto ahí –le ordenó Shárika cuando éste ya había empezado a avanzar. –Volveremos a intentarlo.
Y uniendo sus palabras a los hechos volvió a golpear el portalón metálico provocando el temido eco. Acto seguido un terrible estruendo sonó justo al lado de ellos; engranajes rechinando ensordecían la entrada. De pronto las puertas se abrieron lentamente y entre ellas una cabeza deforme apareció por ella bramando: –¿Quién osa perturbar la paz de este lugar? ¿Quién es el necio que arriesga su vida llamando a la puerta de la ciudad?
–Hum –mugió Sebral–. Solamente unos viajeros que extrañan vuestras costumbres y os piden asilo ante las inclemencias del tiempo.
La cabeza deforme cruzó el portalón enseñando el resto del cuerpo. El portero, o guardián, era un pobre jorobado, calvo y tuerto a raíz de una espantosa cicatriz en el ojo derecho. En su dentadura faltaban más dientes de los que tenía y la mitad del rostro mostraba una terrible quemazón que el tiempo y los remedios de los curanderos no habían logrado ocultar.
Aquel engendro les estudió despiadadamente mientras el grupo soportaba la lluvia.
–Así que viajeros, ¿eh? Está bien. Seguidme y veré si os dan asilo.
Una vez estuvieron todos dentro el jorobado se giró para avisarles.
–Pero cuidado. Si por casualidad se os ocurre asaltarme, primero debéis saber que no estamos solos –dijo indicando con sus manos unas pequeñas aberturas en la roca, que se distribuían a lo largo de la cueva.
Shárika pudo observar movimiento a través de ellas. «Más guardias», pensó.
–Descuidad.

sábado, 11 de noviembre de 2017

3.10 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 3.10.

«En donde el grupo toma buena nota de la hospitalidad de la aldea y de la repulsa infundada que se tiene a los magos.»

Curiosamente, y pese a lo que había supuesto Shárika, en la aldea no encontraron ningún gran revuelo por su llegada. Algunos curiosos se arremolinaron alrededor de ellos pero no eran la guardia armada que ella se temía. 
–¿De dónde vienen? –Preguntó el más osado usando la lengua del lugar, el Xhanes. Provocando ahogadas risas en la princesa.
–De Ákrita –contestó prudentemente Shárika en su misma lengua al que parecía haber sido nombrado en silenciosa votación como el portavoz de los curiosos.
–¿De Ákrita? –Dijo extrañado otro curioso al la
do del primero. Al parecer un mercader del lugar. –No hay ninguna ruta a Ákrita por donde habéis llegado.
–Es verdad –asintieron otros de los congregados.
–¿Por dónde habéis venido? –Volvió a preguntar el portavoz.
–Cruzamos el bosque y aparecimos aquí, ¿hay algún problema? –Preguntó Saera que no estaba acostumbrada a ser interrogada en ninguna lengua. 
Sebral temió que siguiera hablando y la apartó suavemente con su brazo de la tertulia.
–Cruzamos la cordillera y bajamos la montaña siguiendo el curso del río. Después llegamos a una zona encañonada que nos era imposible atravesar debido al fuerte viento y decidimos seguir el canal artificial hasta que llegamos a su encantadora aldea –explicó Sebral.
–¡Cruzaron la cordillera! –Exclamó una voz.
–Hicisteis bien. Pues si hubierais intentado cruzar ese cañón el viento os habría arrancado la carne de los huesos –aprobó el portavoz–. De hecho es llamado el cañón de los aullidos debido a que el fuerte viento aúlla al pasar por él...
–…Y cualquiera que pasa por él también lo hace de dolor –añadió otro aldeano.
–Sí, bien, ¿y que deseáis? –Se atrevió a preguntar el portavoz.
–No mucho, solamente un lugar donde cenar y pasar la noche –contestó Shárika.
–Sobre todo cenar –añadió Thomas, para el cual la pavorosa experiencia del acueducto le habría abierto el apetito más de lo normal.
–Creo que se podrá hacer algo al respecto –afirmó el portavoz.
–¡Y yo creo que no! –Bramó una voz al fondo del corro de gente.
Los reunidos formaron pasillo para dejar acercarse a una persona vestida, sino con elegantes ropajes, con más distinción que los demás presentes: una túnica rojiza cubría sus ropajes con predominio por el color azul. Un sombrero de tela verde adornado con una enorme pluma de espléndidos colores cubría su envejecido rostro de los rayos solares.
–Permitidme que me presente. Mi nombre es Somen, hijo de Saemon, del Clan del Lobo Rojo, regidor de Xashem; en cuyas calles os encontráis. Y referente a vuestro viaje hay varios puntos todavía sin resolver, ¿cómo atravesasteis la cordillera y como, si seguisteis el curso del río sobrevivisteis en la Laguna Negra? Creo que son dos cuestiones de relevante importancia.
Algunos aldeanos asistieron mudamente y otros transformaron su cara para mostrar preocupación. 
–Esto no me gusta –. Le susurró Jhiral a Thomas en Magen.
–¿Qué quieres decir, que no nos van a dar de cenar? –Le preguntó en el mismo tomo.
–Estúpido, es que no ves lo que pasa. Prepárate para salir corriendo –le susurró Ermis.
Thomas tal vez no vislumbraba el problema pero Sebral ya se estaba maldiciendo por ser tan estúpido. ¿Cómo podría dar una respuesta plausible sin mostrar a ojos de estos ignorantes lugareños que eran un grupo de magos? ¿De qué modo sino habrían pasado intactos por el Bosque Lubre? ¿Y la Laguna Negra?


Shárika, como persona de armas poco acostumbrada a la política, tampoco vio el peligro y contestó: «Cruzamos el Bosque Lubre para llegar a Xhantia y después bordeamos la Laguna Negra para continuar siguiendo el curso del río. »
«La cagamos.», pensó Ermis desenvainando suavemente la espada para hacerlo desapercibidamente.
–Hum. –Reflexionó el regidor.
–Aunque el mérito no es todo nuestro pues contamos con una ayuda inestimable para ello. No sería justo ocultar que sin la ayuda del Errante no lo hubiéramos conseguido –admitió Sebral intentando distraer a Somen.
Un gruñido surgió como respuesta popular. Sin embargo Somen no les creyó.
–Primero nos decís con toda la osadía del mundo que habéis cruzado el Bosque Lubre para llegar a nuestra aldea, y debe de ser cierto pues no hay otro camino para venir por el norte,  mostrándonos así que sois magos o brujos, que no sé que es peor. Después nos mentís descaradamente usando un mito como excusa para vuestro prodigio. No nos gustan los mentirosos o farsantes, pero todavía nos gustan menos los magos. 
Hubo un momento de agitación entre la muchedumbre que les rodeaba.
–Sin embargo. Puesto que habéis venido en paz, en paz os dejaremos marchar. Continuad vuestro camino poderosos señores y nos os demoréis en nuestras tierras, tened buen viaje –con estas palabras el regidor les despidió dejando claras sus intenciones.
–Vuestra inteligencia me asombra caballero, seguiremos vuestro consejo y continuaremos nuestro camino –aseguró Sebral haciendo una pequeña reverencia, la cual produjo que el regidor diera un paso atrás, sólo por precaución.
–Nos vamos –ordenó Shárika al resto del grupo.
–¿Cómo, y la cena?
–Cállate ya –le espetó Ermis.
Los aldeanos volvieron a formar un pasillo para que el grupo pudiera continuar la marcha.
–Una aldea curiosa –dijo Jhiral cuando salieron de ella por el lado sur, siguiendo un camino que llevaba a la llanura de Xhantia. –Muy hospitalaria.
–No entiendo, ¿qué ha pasado ahí dentro? –Preguntó Thomas.
Saera tampoco parecía haberlo comprendido muy bien por lo que Sebral se juntó con ellos dos para explicárselo.
–Hoy poderoso legionario te has encontrado con uno de tus temores y odios irracionales. No se puede luchar contra las supersticiones y al igual que tú esta gente odia y teme por igual a la magia y todo lo relacionado con ella. Sin distinción de sexo o edad –añadió moviendo la pelambrera de la pequeña Saera con una mano.
–¿Qué nos han tomado por magos? –Preguntó sorprendido.
–En efecto. Y de los más poderosos. Para ellos hemos atravesado el Bosque Lubre y la Laguna Negra sin peligro alguno –le dijo el anciano.
–Vaya.
–Esto le hace reflexionar a uno, ¿verdad? –Le preguntó Sebral.
–Pues sí, ¿dónde encontraremos ahora algo para cenar?
Como muda respuesta Jhiral le empujó por detrás.
–Podría haber sido peor –le avisó a su compañero.
–Sí. Podrían haber llamado a los Espectantes –indico Shárika.
–¡A los Espectantes! –Exclamó Ermis.
–Sí, a los Espectantes –repitió ella –. Has de saber que en esta región de Xhantia los Espectantes hacen la misma función que la guardia en Ákrita. Ellos son la guardia cuando son asuntos de suma importancia. Para el resto están los propios lugareños que forman pequeñas milicias.
–Pues a buen sitio hemos ido a parar –protestó Ermis.
–Continuemos, quisiera llegar a Ciudad-Garra antes de que se ponga el Sol –Dijo Shárika.
–Eso encima –siguió protestando Ermis.

martes, 7 de noviembre de 2017

3.9 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 3 p.9

«Los fugitivos intentan pasar desapercibidos pero las circunstancias obligan y no todos los caminos ayudan: algunos son peligrosos y otros mortales.»


Poco después continuaron avanzando colina abajo, el camino en lugar de mejorar se volvía cada vez más estrecho e intransitable como muestra del deterioro formado a raíz del olvido de los hombres. Como recompensa a sus penurias el grupo podía disfrutar del espléndido paisaje que les mostraba el bosque salvaje, en el que de vez en cuando grandes rocas asomaban entre los árboles y la frondosa vegetación dándole un aire más primitivo aún al sotobosque. Pequeño consuelo para aquellos que lentamente avanzaban hasta la falda de la montaña. Y conforme iban avanzando las rocas iban creciendo convirtiéndose en grandes peñascos que con sus extrañas formas iban ganando terreno al bosque. A medida que esto sucedía el camino se ensanchaba facilitando el descenso.
Mientras todos vigilaban posibles peligros Saera disfrutaba imaginando inverosímiles figuras en las formas rocosas. Fue ella la que se dio cuenta de que llegado a un punto el riachuelo, ya convertido en río por la afluencia de distintos arroyos vecinos, era dividido por la incursión de un canal artificial en su orilla.
–Deberíamos seguir el canal –sugirió Jhiral–, seguramente nos llevará a una zona poblada.
–Mientras no sea Ciudad-Garra –pensó Ermis.
–Continuaremos por el camino, tal y como estaba previsto –comunicó Shárika.
–Pero si seguimos el canal llegaremos a algún poblado, o alguna zona civilizada –continuó Jhiral–; parece una acequia para el riego o algo así.
–Es posible, pero parece que nos desvía de nuestro camino –dijo Sebral. –Opino que deberíamos seguir el camino que nos habíamos marcado.
Por un instante Shárika pareció dudar, observó las dos rutas posibles: A su izquierda, el canal se perdía por el este atravesando el bosque con rumbo desconocido; enfrente, el camino a seguir continuaba su descenso a través del curioso conglomerado de rocas.
–Continuemos por el camino –ordenó.
–¿Por qué? –Irrumpió Ermis.
–Porque desconocemos su destino y aquello que pudiéramos encontrar por ella. No quiero correr riesgos, el camino es más seguro, ¿está claro?
–Cristalino.
–Faltan pocas horas para el anochecer, deberíamos darnos prisa –avisó Sebral.
–Continuemos. Ciudad-Garra no debe de estar muy lejos –Ordenó Shárika.
Dejaron atrás la acequia. Descendieron por un paso entre dos enormes promontorios rocosos como si andaran por el fondo de un desfiladero. Al final de éste desembocaba en otro desfiladero más estrecho. Ermis se acercó cautelosamente a la intersección y después de observar detenidamente las señales en el suelo dijo: –¡Alto! –Y con un gesto de su mano le indicó a Shárika que se acercara a él.
–¿Qué sucede? Como sea una treta para...
Pero el serio rostro del soldado le indicó que no lo era.
–No te acerques más –indicó Ermis.
El resto del grupo aguardaba detrás de ellos, que se encontraban a escasos metros de la intersección.
–Observa. Conforme hemos ido descendiendo es cierto que la vegetación ha ido desapareciendo pero siempre ha estado ahí, si bien en forma de arbustos o de hierba; pero mira –indicó al suelo–, la hierba desaparece para dejar desnudo el suelo y los arbustos de alrededor han desaparecido. Hecha un vistazo al cruce y no verás rastro alguno de vegetación.
Shárika hizo lo que le sugería Ermis y comprobó que así era: el nuevo desfiladero a seguir se ofrecía completamente desnudo, sin ni siquiera el manto de tierra sobre el suelo a pisar, parecía que a la tierra le hubieran arrancado la piel para dejar el hueso desnudo al Sol.
–Es un desfiladero, seguramente en la estación de lluvias los ríos desbordados arrasan todo lo que encuentren en él.
–No –negó él–. Desde cuando la estación de lluvias es eterna. Observa y verás.
Arrancó un puñado de hierba de alrededor y la lanzó al cruce. La hierba voló perdiéndose a la vista.
–¿Viento? –Preguntó casi ofendida Shárika.
–Viento no. Mucho viento, un huracán.
Al decir esto, como si los dioses quisieran apoyar la teoría de Ermis un viento huracanado pasó encañonado por el cruce produciendo un gran estruendo. Ermis cogió una piedra de tamaño más que respetable y con fuerza la arrojó al desfiladero. La piedra no alcanzó al suelo como debería haber sido sino que el viento la robó de su trayectoria para proyectarla disparada al final del nuevo desfiladero, haciéndola desaparecer tan rápido de su campo de visión que Shárika empezó a pensar que no la habían llegado a arrojar.
–¿Ves?
Después de deliberar por breves instantes Shárika asintió y dijo:
–Esta claro que por ahí no podemos continuar. Parece que después de todo vas a ver cumplido realidad tu deseo, continuaremos por la acequia; a ver a donde nos lleva.
Obligados por las circunstancias retrocedieron para localizar el canal y acompañarlo a su destino. Se internaron con él en el bosque; en donde apenas traspasaba la luz del día en finísimos rayos de luz. Los legionarios anduvieron cautos y vigilantes mas ningún animal u oculto enemigo les salió a su paso. El viaje transcurrió pues tranquilo con el apacible murmullo del paso del agua a sus pies.
Llegaron al final del bosque, y lo que parecía ser también el fin de la montaña; pues una muy pronunciada pendiente se mostraba ante sus ojos para terminar en una llanura que a ojos vista no parecía tener fin, a excepción de una pequeña colina situada a unos cien metros en cuya cima se asentaba una pequeña aldea.  La acequia salvaba el desnivel del pequeño abismo situado ante ellos mediante el uso de un espectacular acueducto, muestra de tiempos mejores, para llegar a la aldea que parecía ser su fin.
–Parece ser que nuestro camino a seguir pasa por él –observó el anciano maestro indicando el acueducto.
–¿Por ahí? –Preguntó Thomas.
–Hay un buen desnivel –indicó Jhiral asomándose al vacío.
–Sí. Eso parece –dijo Thomas con voz temblorosa–. No irá en serio, ¿verdad?
–¿Por qué?¿Tienes miedo? –Preguntó divertida Saera.
–Pues resulta que padezco vértigo, pequeña diablo.
–Vaya, es la primera vez que veo que tengas algo más que hambre –dijo asombrado Jhiral.
Shárika y Ermis se retiraron del grupo para deliberar.
–¿Durante el viaje has visto algún otro paso o camino que pudiéramos seguir?
–Me temo que no –contestó Ermis vislumbrando lo que le preocupaba a su sargento. En el momento que empezaran a cruzar por el acueducto se pondrían al descubierto y expuestos al peligro de una emboscada. –Creo que sólo podemos seguir.
–Me lo temía.
Se volvieron a reunir con el grupo.
–Seguiremos por el acueducto –le dijo a Sebral al pasar junto a él–. Preparaos para lo peor.
El grupo se dispuso a continuar, Ermis abriría la marcha seguido por Thomas, Sebral con Saera, Shárika y Jhiral en la retaguardia.
Anduvieron cautamente por el estrecho puente mientras los ojos de cazador de Ermis escudriñaban la aldea en busca de posibles signos de emboscada.
–¡Eh Thomas, ya sabes, no mires abajo! –Le dijo Saera.
Haciendo caso omiso el aludido miró abajo produciendo como resultado un pequeño vahído.
–Muy graciosa.
Saera estalló en carcajadas pero la mano fuerte de Sebral fue rauda a su boca para mantenerla cerrada.
–Sss –susurró.
Ella pareció entenderlo pues el resto del camino permaneció en silencio hasta que llegaron a la aldea. Construida en forma radial de cuyo centro, en donde se situaba la plaza, surgían como aspas las diferentes callejuelas en donde habitaban cada uno de sus lugareños. Las casas estaban construidas con madera, de no más de dos pisos acabadas con un tejado en forma de cuña con predominio de tejas negras, que a simple vista parecía ser de pizarra. La plaza, como en todas las aldeas, hacía la función de mercado del lugar y cuando llegaron parecían estar recogiendo los tenderetes señalando el fin de la jornada, aunque a los ojos de Jhiral parecían hacerlo con más presteza de lo que debería ser la habitual.

sábado, 4 de noviembre de 2017

3.8 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 3 p.8

«En donde se nos informa de los Espectantes y cierto pasado oscuro de Ciudad-Garra.»


No era un jabalí como Thomas habría deseado pero debía bastar. Ermis observaba pacientemente al ciervo desde su escondite entre las ramas del árbol mientras la presa se acercabahacía a él. Con la espada en mano esperó a que se pusiera justo debajo. Entonces se dejó caer apuntando con su espada al cuello del animal. Fue un tajo limpio. Él puso la puntería y la fuerza dejando que la gravedad hiciera el resto.
El animal decapitado, se desplomó ruidosamente. Nunca supo que pasó. De unos matorrales surgieron sus compañeros que estaban observando la escena.
–¡Maravilloso! –Alabó Jhiral.
–Soberbio –se sumó Sebral.
–¡Comida! –Exclamó Thomas.
–Ha sido asqueroso –se quejó Saera junto a Shárika. La cual no expreso comentario alguno pero miraba la presa con cierto anhelo.
Ermis preparó el ciervo para cocinarlo y Thomas no tardó en preparar el fuego. «Rudimentario, pero perfecto –según él– para preparar la comida.» Todos comieron con avidez, incluso la princesa, que repugnada por la forma en que Ermis preparaba la comida había jurado que no probaría bocado poniendo a Vela por testigo. Las emociones del día les tenían agotados. 
¡Sólo había pasado medio día! Ahora parecían disfrutar con el descanso, incluso Shárika se permitió estirarse en la hierba para relajarse un poco. La extraña criatura no les había seguido, aunque se dieron cuenta muchos metros más tarde, pero decidieron no aflojar mucho el ritmo para poner tierra de por medio. Cuando el Sol se encontraba en su cenit los estómagos pedían sustento a gritos tan graves y profundos que corrían el riesgo de alerta a su futura comida. Decidieron parar e intentar comer algo.
–Comer despacio muchachos. Que no os siente mal –dijo Shárika medio adormilada en la hierba. 
Jhiral se acercó a ella. No podía evitar sentirse atraído por su belleza. Pero no fue de amor de lo que le habló.
–¿Hacia adonde iremos?
Ella se giró. La luz rozó sus cabellos bañándolos de plata. Sus ojos adormilados se abrieron mostrando su esplendor.
–Seguiremos bajando hasta llegar a Ciudad-Garra. Luego iremos más al este, hacia el Puente del Destino y, una vez cruzado el puente, estaremos en Lican.
–¿Ciudad-Garra? Un momento. ¡Nadie dijo nada de pasar por Ciudad-Garra! –Protestó Ermis.
–No, ¿y qué? –Le preguntó su sargento.
–¡Qué de saberlo me hubiera quedado en el bosque con el Rey Vidom y sus soldados muertos!
–¡Anda ya! ¿Se puede saber a qué le tienes miedo? –Preguntó Thomas–. Si bien es cierto que el nombre deja mucho que desear no deja de ser una ciudad más en el mapa y no hay nada de... –terminó interrumpido por un codazo de Jhiral. Éste le indicó que callara al observar palidecer a su compañero de armas.
–El hecho es que en Ciudad-Garra habitan los Espectantes, y como nuestro pálido amigo –dijo indicando a Ermis– es de Cornayes habrá oído ciertas historias sobre esa gente que le hacen mostrarse reacio a pasar por allí. Es por eso por lo que no te dije nada –terminó de explicar Shárika.
–¿Espectantes? Hijos de Nebra es lo que son, así los llamamos en mi tierra.
–¿Hijos de Nebra? ¿Puede ser, maestro? –Preguntó Saera a Sebral.
–No, cariño –le contestó–. En realidad son tan humanos como tú o como yo.
–Eso no les hace menos peligrosos –argumentó Ermis.
–De hecho –continuó Sebral ignorando al legionario–, Ciudad-Garra no es una ciudad más en el mapa. Se trata de su sede: una especie de templo fortaleza situada a unos doscientos metros por encima del suelo, sobre un gran pináculo de roca que adquiere la curiosa forma de una garra semiabierta en cuya palma se sustenta la ciudad. En ella habitan pues los Espectantes; una mezcla extraña entre secta religiosa y un ejército bien formado.
–¡Ah! –Dijo Saera.
–Eso está muy bien pero,... ¡por los rizos dorados de Seanil! ¿Se puede saber por qué Ermis siente pavor por esa extraña ciudad? –Preguntó Thomas invocando a la diosa de la sabiduría.
Todos fijaron la vista sobre Ermis de Cornayes, el cual, poco a poco reunió el valor necesario para explicarse.


–Como ya parecen saber Shárika y Sebral –empezó a decir medio avergonzado por la incomoda situación–, hace mucho tiempo, cuando el abuelo de mi padre todavía no había nacido, los Espectantes atacaron Cremón, la capital de Cornayes, aniquilando a todos sus habitantes; hombres, mujeres, ancianos y niños, soldados o simples campesinos o comerciantes. Daba igual, no hicieron distinción alguna. Acabaron arrasándola completamente dejando sólo sus cimientos.
Hizo una pausa para tomar aliento.
–Desde entonces, aunque supongo que el paso del tiempo habrá aumentado el tamaño de la barbarie pero, los Espectantes fueron apodados los Hijos de Nebra debido a su salvajismo y efectividad en el campo de batalla.
–¿Y allí nos pensáis llevar? –Preguntó Jhiral asombrado, atragantándose con su última porción de venado.
Saera también buscó silenciosa la respuesta en Sebral.
¬–Os repito que no hay porque alarmarse –intentó calmar a los legionarios y a su alumna–. Ermis ha olvidado mencionar el porqué de ese devastador ataque a Cremón. Aunque seguro que ni siquiera él sabe la razón, ¿no es así? 
Ermis negó perplejo con la cabeza. ¿Razón? ¿Qué razón? Nunca le dijeron ninguna.
–Fue por venganza, la razón más vieja de todas.
–¿Venganza? –Gritó Ermis mientras Shárika asentía con la cabeza. –¿Venganza de qué?
Thomas, que no parecía tomarse la conversación muy en serio, intentaba ocultar las risas que le producían los cómicos gestos que mostraba el rostro de Ermis.
–De otra matanza realizada por la entonces milicia de Cornayes en la subsede de los Espectantes. Un viejo caserón fortificado situado a diez kilómetros de Cremón.
–¿Por qué...?  –Siguió preguntando Jhiral.
–Les acusaron de crímenes, sin pruebas, ni fundamento, ni juicio previó. Fueron directos a por ellos ocultos por el manto oscuro de la noche. Pese a todo los veinte espectantes allí alojados ofrecieron gran resistencia y las bajas en la milicia fueron no pocas.
–¡Mentira! Eso no es verdad, y jamás me obligareis a ir allí. –Gritó enojado Ermis.
 –¡Soldado! –Se alzó Shárika– Irás por que yo te lo mando, ¿está claro? ¡Eres un legionario, no un campesino cualquiera! –Gritó imponiendo su mandato–. Obedecerás porque yo te lo digo. Pasarás por delante de Ciudad-Garra y te reirás de tus miedos infantiles como si de viejos chistes se trataran. Mantendrás tu orgullo bien alto y el de tu compañía.
Ermis titubeó levemente pero enseguida cedió.
–De acuerdo –dijo en un leve susurro–, pero conste mi queja y mi oposición a tal locura.
–Queda anotada, no te preocupes por ello –le dijo ella volviéndose a sentar en la hierba.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Thor: ragnarok


 Ya ha llegado la tercera parte del dios asgardiano con el martillo más grande de todos, la carcajada más simpática y la melena más rubia y lustrosa... bueno, esto, eso lo dejamos para más adelante: todos hemos visto el trailer.

Si los cálculos no me fallan es esta la decimoséptima película del universo Marvel cinematográfico, o también llamado MCU. Un universo que se caracteriza en basarse en los cómics Marvel para mostrarnos historias entretenidas, más o menos épicas, bien hilvanadas y pasadas por el filtro del humor que también funcionó en sus principios. ¿Por qué digo esto? Porque deambulan por ahí ciertos heaters que se dedican a criticar sin pudor alguno que si tal personaje no es como en los cómics, que si la historia original no es así, que sí el mundo de Sakar no era como aparece en la película. Un consejo a todos estos: ¡callaos la puta boca! Curiosamente son los mismos que si la película respeta cien por cien el cómic la critican por su falta de humor, excesiva épica y pretendida trascendencia. Envidio a aquellos que ven la película sin saber nada de los cómics pues es todo nuevo para ellos y no tienen esa parte del cerebrito dándoles por saco entre chiste, puñetazo y chascarrillo. Como a un servidor. Pero hay que saber que el cine es algo independiente que SOLO SE BASA en el cómic. 

Y es en varios cómics se basa la película de hoy. No solo de Thor vive la película. De una saga famosa llamada Planeta Hulk, de un primegino llamado el Gran Maestro, el mito de Hela y sus Valkirias, y una cualquiera de las veces que aparece el ragnarok en el comic de Thor (elegir la que queráis). Lo que hace esta película es continuar con la historia de Thor, Loki y Odin, dando respuesta al ¿dónde está Hulk? y para ello coge la esencia de lo mencionado antes y nos pone un guión entretenido, con bastantes chistes o gags, diálogos resultones y peleas. La película no está falta de épica sin embargo está se difumina bastante entre el humor reinante. Esto no es malo. De hecho creo que es todo un acierto: recordar que Capitán América 3 se hacia más pesada entre tanto semblante serio y la que hoy nos ocupa todo lo contrario. Creo que han encontrado reencontrado la química exacta para mantener contentos los culos en las butacas y asegurarse el éxito de esta y las siguientes películas por venir.
No contaré mucho sobre la historia pues no deseo reventarla con spoilers pero sí puedo avanzar que hay una elfa asgardiana muy, muy mala, y muy resentida cuya aparición está relacionada con el Ragnarok -está en el título así que supongo que no reviento nada-. El cual le está comiendo la cabeza a nuestro rubio del martillo y por avatares del destino acaba encontrando a Hulk en la arena de un planeta extraño.

Hey, Hela, ¿cómo está Galadriel?


Una de las cosas que queda clara con esta película es que realmente se nos informa que Asgard es otra especie de planeta y que los asgardianos viajan por el universo como extraterrestres poderosos -de ahí lo de dioses- en naves más o menos variopintas pero igual de ligados con nuestro mundo terrenal como el resto de razas del universo. 

La dirección es entretenida, muy efectiva y con algún detalle fantástico. Los actores se encuentran cómodos en su papel y se nota. No importa que sus caracterizaciones no se adapten al detalle al supuesto personaje de papel; son los personajes que llevamos viendo durante seis o más películas y nos gustan. Me gustaría destacar la presencia de Hela: Cate Blanchett está estupenda, maravillosa, dándole un toque irónico y resentido que casa muy bien con la historia (la de la película, no del cómic -repito para esos heaters pesados-). Poco se menciona a Karl Urban; uno de los mejores actores del panorama actual, infravalorado pero siempre dando muestras de su buen hacer, capaz de llenar plenamente el papel de Skurge (el Ejecutor o Verdugo, según donde leas el cómic) con tintes cómicos añadidos.
Nada que objetar con los efectos especiales y sobre todo quiero elogiar la inclusión de Inmigran Song, de Led Zeppelin, que cuando suena sabemos que la cosa se va a poner hiperviolenta.



En resumen: Una película genial para pasar un muy buen rato. Que no pretende más que eso y sin embargo para el forofo de los comics está plagada de referencias por todos los lados, como si de un bonus se tratara.

Lo mejor: su duración ajustada para que no canse en absoluto y su falta de pretenciosidad.

Lo peor: aquellos espectadores que critican en tono serio de las películas de DCU y echan pestes sobre la frivolidad de las de MCU -grapaos la boca-.


Quizás algún día, con tiempo, pueda hacer un post con algunas de las diferencias entre lo que aparece en esta película y la versión de los cómics. Pero tras verla lo único que realmente me fastidia de que no coincida con el cómic es que ahora no sé como pondrían la continuación de Planeta Hulk en el cine. Se llama World War Hulk y en resumidas cuentas nos narra la vuelta de un Hulk muy, muy, muy cabreado a La Tierra.

Por ahora dejaremos aquí dos trailers sobre la película y quisiera que observarais la diferencia notable que hay entre uno y otro en la escena en la Hela coge el martillo de Thor.




¿Lo habéis visto? Porqué ese cambio de última hora. Sinceramente no soy partidario de cambiar así las cosas cuando ya lo has hecho público. Puede que ahora gane más la escena pero no debería haberse hecho así.

El siguiente trailer de muestra como será el tono reinante en la película:

miércoles, 1 de noviembre de 2017

3.7 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 3 p.7

«La crisis en Ákrita pone nerviosos a sus vecinos y las fronteras se refuerzan todo lo posible. Extrañas alianzas se hacen en el Paso de Copro.»

El Errante corría como un jaguar junto a los lindes del Bosque Lubre, saltando por la agreste superficie de la Cordillera Pétrika, en dirección al Paso de Copro. La deficiencia de oxígeno no afectaba a su resistencia y el ritmo en lugar de decrecer aumentaba poco a poco. Al mediodía, justo cuando el Sol llegaba a su cúspide, el Errante alcanzó el borde la cordillera; ésta, en lugar de descender en suave desnivel hacia el Paso de Copro mostraba una angosta pendiente casi vertical en la que afloraban salpicadas formaciones rocosas. Sobre la más elevada de todas se detuvo para contemplar el paisaje.
A sus pies, a escasos cien metros sobre la horizontal, un campamento de la milicia de Xhantia se asentaba detrás de los muros de adobe reforzado con una empalizada que constituían la precaria fortaleza del Paso de Copro. En el lado norte de estos muros una torre, construida de sólida roca, hacía las funciones de barracones, caballerizas y armería para la guardia habitual de la frontera con Ákrita. Funciones ahora obsoletas por el considerable aumento de efectivos. La empalizada seguía hasta topar con la Sierra del Sur protegiendo el paso fronterizo y dejando así como única vía de comunicación entre los dos reinos la Puerta Oeste, situada justo en medio del paso.
El Errante observó aliviado que La Asamblea, órgano regidor de Xhantia, desconfiaba del estado actual de Ákrita y habían mandado parte de sus milicias a reforzar sus puestos fronterizos. «¿El Valle de los Reyes también?», se preguntó.
Estudió el campamento como pudiera estudiar los movimientos de un hormiguero: Las tiendas de campaña se colocaban formando un gran cuadrado dividido en cuatro partes, una por esquina. En cada una de las divisiones un estandarte indicaba al clan que pertenecía esa parte de la milicia. Cuatro estandartes se agitaban al viento mientras que en el centro del campamento se levantaban las tiendas de los capitanes de milicias.
Pese a que las fuerzas fronterizas habían aumentado las juzgó insuficientes para repeler una ofensiva de Ákrita.
A sus oídos llegó la voz grave, de un vigilante apostado en la muralla, en forma de sonidos guturales predominantes en Xhanes, la lengua de Xhantia.
–¡Ahí arriba!
Una hormiguita se acercó a la que había gritado.
–¿Dónde? –Le preguntó.
–Ahí.
–Corre, avisa a Lord Xeos que tenemos compañía.
La primera hormiguita corrió hacia la torre.
El Errante recordó con una sonrisa la primera vez que escuchó el característico sonido de tan peculiar lenguaje. Era como oír a los habitantes imitar los sonidos de su ganado. Al oírlo ahora desde tanta distancia la sensación de deja vu reprimió la gracia que hubo tenido la primera vez.
La hormiguita salió de la torre hormiguero acompañado de otra hormiguita vestida de rojo.
El Errante continuó su camino saltando de roca en roca cual cabra montesa para aparecer al poco rato en el borde del campamento.
Un comité de bienvenida salió a recibirle.
Al frente de éste iba un hombre vestido con lustrosas pieles, cubiertas con una capa de color carmesí cuyo único adorno era el emblema de su clan (un lobo blanco) dibujado en ella. Carecía de armadura alguna; aunque la avispada lengua de un juglar hubiera comparado su larga y rubia melena con un dorado casco de batalla, y su poblada barba con una lustrosa cota de malla áurea. A su lado le acompañaban los cuatro capitanes de milicias, los cuales vestían de forma más apropiada para su función encontrándose ataviados por cotas de malla, ajenas a toda lustrosidad, y restos de viejas armaduras. ¿Era acaso privilegio del primero o quizás los demás carecían de atavíos con los distintivos de sus clanes correspondientes?
–Saludos, Errante –dijo el hombre de la capa carmesí.
Su dicción había sido educada desde su infancia, tal y como correspondía a alguien de su posición social, y el tono gutural del Xhanes era mezclado con un siseo al final de cada palabra. Lo cual producía un efecto bastante gracioso para oídos ignorantes. Y sólo con verle los ojos vidriosos el Errante supo que estaba frente a un adicto.
«Lo que faltaba, un aristócrata patán adicto a la savia. », pensó.
–Saludos –se limitó a contestar mientras dejaba caer su petate al suelo. Sutilmente retiró su parda capa para poder desenvainar sin dificultad en caso de apuro.
El rostro risueño del aristócrata permaneció impasible no así los de sus compañeros que sí se percataron de la intención de tal movimiento.
–Soy Lord Xeos, del Clan del Lobo Blanco, al mando de la Puerta Oeste. Sería un honor que compartiera mi mesa en la comida que dentro de poco debería de estar servida.
El Errante se tranquilizó y viéndose reconocido por los capitanes recogió su petate y contestó:
–Será un placer.
La comitiva dio media vuelta. Atravesaron el campamento en dirección a las murallas y por el camino los soldados acampados improvisaron un ancho pasillo para observar al visitante.
“¿Es él?”, preguntaban algunos. “Claro que sí”, respondían otras voces. Más voces aumentaron los murmullos. Voces de esperanza, de alegría, sorpresa o envidia.
A mitad del camino uno de los capitanes se dirigió a él:
–Seguramente no me recordéis. Soy Clárex del Clan del Lobo Viejo.
Claro que lo recordaba. Siempre tuvo presente la lección aprendida en aquellos momentos. Un escalofrío recorrió su espina dorsal y el dolor de una vieja herida regresó del pasado para alojarse en su hombro izquierdo.
–Me acuerdo. Claro que me acuerdo.
–Bien. Sólo quería darle las gracias. No sabemos lo que hizo pero no volvieron los problemas.
–Me alegro. ¿Cómo va todo por casa?
–Muy bien, gracias.
El capitán quería continuar la conversación pero la airada mirada del Lord Xeos impidió toda comunicación.
Al llegar a la muralla el Errante examinó el estado en que éstas se encontraban. Toda esperanza que pudiera albergar se disipó por entera. Sabía de antemano como eran pero creía que Lord Xeos, como encargado de la protección de la frontera oeste, habría reforzado el paso convirtiéndolo en algo más que un simple control aduanero.
Al parecer la torre rectangular se había convertido en la sede temporal del petulante aristócrata. Situada junto a la muralla se elevaba varios pisos por encima de ella. Su planta baja mantenía la función de cuadra incomunicada con la primera planta. Una puerta de madera se habría al pie de la torre para comunicar con la escalera que rodeaba ésta, dentro del muro, para llevar directamente a las plantas superiores.
En la primera planta las armas desperdigadas en la armería indicaban el poco esmero en la preparación de las tropas. La segunda planta comunicaba con la muralla mediante un estrecho puente de madera. En la tercera y cuarta planta Lord Xeos había hecho su hogar.
Una gran mesa ovoidea con varias sillas de madera dominaba la estancia de la tercera planta, un pequeño fuego prendía en una chimenea y amplios ventanales permitían contemplar los cuatro puntos cardinales. En una esquina una escalera de caracol comunicaba con la planta superior en donde el Errante pudo oír la respiración calmada y sosegada de una mujer durmiendo. No la reconoció tanto por la respiración como por el olor de su caro perfume.
Cansado, el Errante se dejó caer sobre una de las sillas soltando su petate sobre el duro suelo de piedra. Con calma se enrolló un cigarro mientras esperaba que su anfitrión rompiera el silencio.
Lord Xeos, acostumbrado a esos juegos comúnmente practicados por la nobleza, permitió que el Errante se acomodara para luego preguntar:
–Dígame, Errante, ¿qué asuntos le traen por aquí?
–No me trae ningún asunto. Me dirijo a Trípemes, pero por desgracia tuve que dar un rodeo en mi camino. –Contestó en Magen, lengua antigua comúnmente aceptada en todos los reinos.
–¿Un rodeo?
–Sí, un rodeo.
El Errante se llevó el cigarro a la boca y usó una de las antorchas para encenderlo. Después volvió a su silla.
–Debía de ser un fuerte motivo. No me imagino nada que le obligara a hacer un rodeo –comentó resaltando obligara.
–Hay muchos motivos que me podían obligar –contestó sin intención de continuar con el tema–. Veo que habéis reforzado el Paso de Copro, ¿acaso teméis una invasión por parte de Ákrita?
–Bueno, debido a los últimos acontecimientos en el reino vecino La Asamblea ha decidido aumentar la vigilancia en los pasos fronterizos como medida cautelar, y a ser posible disuasoria.
–Una medida muy prudente –contestó mientras se levantaba de su asiento para dirigirse a un ventanuco que permitiera observar el oeste–. ¿De cuantos efectivos dispone, de seiscientos, setecientos tal vez?
–Aproximadamente –contestó con voz queda. No le gustaba ser interrogado.
El Errante le hizo una señal para que se acercara a él.
–¿Ves ese campamento? –Le preguntó señalando a Ákrita.
Lord Xeos asintió con la cabeza.
–Allí habrá unos mil o dos mil soldados. Entrenados y educados para la guerra. Y más al norte está el Alcázar de la Encrucijada, donde habrá el doble. ¿Crees acaso que tu milicia de campesinos y ganaderos podrían siquiera frenar su avance si se lo propusieran?
–Por supuesto –contestó con el orgullo herido –. Mis hombres lucharan por su clan y los muros resistirán sus embistes.
El Errante le observó divertido, si bien no lo demostró así. Lord Xeos debía pensar que se encontraba en otro de esos duelos que le habían hecho famoso entre la nobleza de Xhantia.
–¿No has estado en ninguna batalla, verdad? –No esperó contestación–. Vuestros fuertes muros son de adobe. Fueron construidos para contener una caravana mercante, son casi de adorno. No podrán resistir el empuje de un ejército.
Lord Xeos, pese a tener fama de impetuosos entre sus amistades, no era ningún estúpido. Se separó del ventanuco y estudió al Errante una vez más. Ante él se mostraba un hombre curtido en innumerables batallas; un superviviente de las mayores contiendas y de las más peligrosas aventuras –si era verdad aquello que se comentaba en los nobles salones y cantaban los juglares en las plazas–; su sola presencia inspiraba más temor y respeto que la de cualquier rey, habiendo quien lo tenía como a un dios –su hermana entre ellos–.
–Es muy posible que tengas razón –claudicó–, quizás los refuerzos que esperamos cambien un poco la situación.
–¿Qué refuerzos?
–Espectantes. Enviamos un mensajero a Ciudad-Garra para solicitar su ayuda. Esta mañana hemos recibido contestación.
–¿Cuántos vendrán?
–Mil.
El Errante se apartó de la gruesa pared para sentarse en su silla junto a su anfitrión. Hizo una pausa para mirar despiadadamente a su anfitrión mientras aspiraba humo de su cigarro.
–¿Lo sabe La Asamblea?
La inesperada y sutil pregunta desarmó a Lord Xeos que por un instante empezó a balbucear como un xhantiano más hasta que su noble educación acudió instintivamente en su ayuda.
–La Asamblea es un órgano lento y necesito tomar decisiones rápidas –dijo excusándose–. Esta mañana, después de recibir la contestación he enviado a otro mensajero para pedirles autorización.
–Una medida muy inteligente, te felicito. Quizás sea la más importante que hayas tomado en tu vida –por un instante saltó a su mente la imagen de Lord Xeos en medio del fragor de la batalla pidiendo permiso a los ancianos de La Asamblea para atacar un flanco o defender otro flanco, y la imagen le hizo reír divertido– ¿Para cuándo esperas los refuerzos?
–Para esta noche.
Lord Xeos sacó de su bolsa una pequeña bota cuyo contenido vertió en un vaso cercano. Con un gesto se lo ofreció al Errante.
El Errante reconoció el olor de la savia y la rechazó con un ademán de su mano izquierda.
–Sólo espero que Ákrita no ataque esta noche antes de que lleguen.
–Tranquilo, por lo que sé no tienen ninguna intención de invadir Xhantia. Al menos por el momento.
–¿Cómo lo sabes?
El Errante le podría explicar que su oído era mucho más sensible que el de los demás; y que de la misma forma que oía como roncaba en su turno el guardia situado más al este del campamento, también oía los ruidos del campamento vecino y el correr de una jauría de lobos tres mil metros al noroeste.
–Simplemente lo sé –se limitó a responder.
–Bueno, si es cierto no deja de ser una buena noticia. Brindo por ello –celebró dispuesto a beber la savia.
Más la poderosa mano del Errante aferró la muñeca del noble deteniéndola a medio camino.
–También sé como actúan los espectantes. Y sé que cuando sepan que un aristócrata drogado de savia está al mando de la protección de la Puerta Oeste tomarán ellos el mando para poder cumplir su misión.
El aludido miró el vaso y sus ojos mostraron la comprensión que su cerebro se negaba a aceptar.
–¿Debería dejarlo?
–Ya mismo –y lentamente bajó la mano de Lord Xeos hasta posar el vaso en la mesa. Con la ayuda de un apretón en su muñeca el noble soltó el vaso.
–No será fácil –vaticinó.
–No te preocupes. Esperaré hasta que lleguen los espectantes –anunció apagando el cigarro en el vaso lleno de savia–, y después continuaré mi camino.
–Gracias.