miércoles, 1 de noviembre de 2017

3.7 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 3 p.7

«La crisis en Ákrita pone nerviosos a sus vecinos y las fronteras se refuerzan todo lo posible. Extrañas alianzas se hacen en el Paso de Copro.»

El Errante corría como un jaguar junto a los lindes del Bosque Lubre, saltando por la agreste superficie de la Cordillera Pétrika, en dirección al Paso de Copro. La deficiencia de oxígeno no afectaba a su resistencia y el ritmo en lugar de decrecer aumentaba poco a poco. Al mediodía, justo cuando el Sol llegaba a su cúspide, el Errante alcanzó el borde la cordillera; ésta, en lugar de descender en suave desnivel hacia el Paso de Copro mostraba una angosta pendiente casi vertical en la que afloraban salpicadas formaciones rocosas. Sobre la más elevada de todas se detuvo para contemplar el paisaje.
A sus pies, a escasos cien metros sobre la horizontal, un campamento de la milicia de Xhantia se asentaba detrás de los muros de adobe reforzado con una empalizada que constituían la precaria fortaleza del Paso de Copro. En el lado norte de estos muros una torre, construida de sólida roca, hacía las funciones de barracones, caballerizas y armería para la guardia habitual de la frontera con Ákrita. Funciones ahora obsoletas por el considerable aumento de efectivos. La empalizada seguía hasta topar con la Sierra del Sur protegiendo el paso fronterizo y dejando así como única vía de comunicación entre los dos reinos la Puerta Oeste, situada justo en medio del paso.
El Errante observó aliviado que La Asamblea, órgano regidor de Xhantia, desconfiaba del estado actual de Ákrita y habían mandado parte de sus milicias a reforzar sus puestos fronterizos. «¿El Valle de los Reyes también?», se preguntó.
Estudió el campamento como pudiera estudiar los movimientos de un hormiguero: Las tiendas de campaña se colocaban formando un gran cuadrado dividido en cuatro partes, una por esquina. En cada una de las divisiones un estandarte indicaba al clan que pertenecía esa parte de la milicia. Cuatro estandartes se agitaban al viento mientras que en el centro del campamento se levantaban las tiendas de los capitanes de milicias.
Pese a que las fuerzas fronterizas habían aumentado las juzgó insuficientes para repeler una ofensiva de Ákrita.
A sus oídos llegó la voz grave, de un vigilante apostado en la muralla, en forma de sonidos guturales predominantes en Xhanes, la lengua de Xhantia.
–¡Ahí arriba!
Una hormiguita se acercó a la que había gritado.
–¿Dónde? –Le preguntó.
–Ahí.
–Corre, avisa a Lord Xeos que tenemos compañía.
La primera hormiguita corrió hacia la torre.
El Errante recordó con una sonrisa la primera vez que escuchó el característico sonido de tan peculiar lenguaje. Era como oír a los habitantes imitar los sonidos de su ganado. Al oírlo ahora desde tanta distancia la sensación de deja vu reprimió la gracia que hubo tenido la primera vez.
La hormiguita salió de la torre hormiguero acompañado de otra hormiguita vestida de rojo.
El Errante continuó su camino saltando de roca en roca cual cabra montesa para aparecer al poco rato en el borde del campamento.
Un comité de bienvenida salió a recibirle.
Al frente de éste iba un hombre vestido con lustrosas pieles, cubiertas con una capa de color carmesí cuyo único adorno era el emblema de su clan (un lobo blanco) dibujado en ella. Carecía de armadura alguna; aunque la avispada lengua de un juglar hubiera comparado su larga y rubia melena con un dorado casco de batalla, y su poblada barba con una lustrosa cota de malla áurea. A su lado le acompañaban los cuatro capitanes de milicias, los cuales vestían de forma más apropiada para su función encontrándose ataviados por cotas de malla, ajenas a toda lustrosidad, y restos de viejas armaduras. ¿Era acaso privilegio del primero o quizás los demás carecían de atavíos con los distintivos de sus clanes correspondientes?
–Saludos, Errante –dijo el hombre de la capa carmesí.
Su dicción había sido educada desde su infancia, tal y como correspondía a alguien de su posición social, y el tono gutural del Xhanes era mezclado con un siseo al final de cada palabra. Lo cual producía un efecto bastante gracioso para oídos ignorantes. Y sólo con verle los ojos vidriosos el Errante supo que estaba frente a un adicto.
«Lo que faltaba, un aristócrata patán adicto a la savia. », pensó.
–Saludos –se limitó a contestar mientras dejaba caer su petate al suelo. Sutilmente retiró su parda capa para poder desenvainar sin dificultad en caso de apuro.
El rostro risueño del aristócrata permaneció impasible no así los de sus compañeros que sí se percataron de la intención de tal movimiento.
–Soy Lord Xeos, del Clan del Lobo Blanco, al mando de la Puerta Oeste. Sería un honor que compartiera mi mesa en la comida que dentro de poco debería de estar servida.
El Errante se tranquilizó y viéndose reconocido por los capitanes recogió su petate y contestó:
–Será un placer.
La comitiva dio media vuelta. Atravesaron el campamento en dirección a las murallas y por el camino los soldados acampados improvisaron un ancho pasillo para observar al visitante.
“¿Es él?”, preguntaban algunos. “Claro que sí”, respondían otras voces. Más voces aumentaron los murmullos. Voces de esperanza, de alegría, sorpresa o envidia.
A mitad del camino uno de los capitanes se dirigió a él:
–Seguramente no me recordéis. Soy Clárex del Clan del Lobo Viejo.
Claro que lo recordaba. Siempre tuvo presente la lección aprendida en aquellos momentos. Un escalofrío recorrió su espina dorsal y el dolor de una vieja herida regresó del pasado para alojarse en su hombro izquierdo.
–Me acuerdo. Claro que me acuerdo.
–Bien. Sólo quería darle las gracias. No sabemos lo que hizo pero no volvieron los problemas.
–Me alegro. ¿Cómo va todo por casa?
–Muy bien, gracias.
El capitán quería continuar la conversación pero la airada mirada del Lord Xeos impidió toda comunicación.
Al llegar a la muralla el Errante examinó el estado en que éstas se encontraban. Toda esperanza que pudiera albergar se disipó por entera. Sabía de antemano como eran pero creía que Lord Xeos, como encargado de la protección de la frontera oeste, habría reforzado el paso convirtiéndolo en algo más que un simple control aduanero.
Al parecer la torre rectangular se había convertido en la sede temporal del petulante aristócrata. Situada junto a la muralla se elevaba varios pisos por encima de ella. Su planta baja mantenía la función de cuadra incomunicada con la primera planta. Una puerta de madera se habría al pie de la torre para comunicar con la escalera que rodeaba ésta, dentro del muro, para llevar directamente a las plantas superiores.
En la primera planta las armas desperdigadas en la armería indicaban el poco esmero en la preparación de las tropas. La segunda planta comunicaba con la muralla mediante un estrecho puente de madera. En la tercera y cuarta planta Lord Xeos había hecho su hogar.
Una gran mesa ovoidea con varias sillas de madera dominaba la estancia de la tercera planta, un pequeño fuego prendía en una chimenea y amplios ventanales permitían contemplar los cuatro puntos cardinales. En una esquina una escalera de caracol comunicaba con la planta superior en donde el Errante pudo oír la respiración calmada y sosegada de una mujer durmiendo. No la reconoció tanto por la respiración como por el olor de su caro perfume.
Cansado, el Errante se dejó caer sobre una de las sillas soltando su petate sobre el duro suelo de piedra. Con calma se enrolló un cigarro mientras esperaba que su anfitrión rompiera el silencio.
Lord Xeos, acostumbrado a esos juegos comúnmente practicados por la nobleza, permitió que el Errante se acomodara para luego preguntar:
–Dígame, Errante, ¿qué asuntos le traen por aquí?
–No me trae ningún asunto. Me dirijo a Trípemes, pero por desgracia tuve que dar un rodeo en mi camino. –Contestó en Magen, lengua antigua comúnmente aceptada en todos los reinos.
–¿Un rodeo?
–Sí, un rodeo.
El Errante se llevó el cigarro a la boca y usó una de las antorchas para encenderlo. Después volvió a su silla.
–Debía de ser un fuerte motivo. No me imagino nada que le obligara a hacer un rodeo –comentó resaltando obligara.
–Hay muchos motivos que me podían obligar –contestó sin intención de continuar con el tema–. Veo que habéis reforzado el Paso de Copro, ¿acaso teméis una invasión por parte de Ákrita?
–Bueno, debido a los últimos acontecimientos en el reino vecino La Asamblea ha decidido aumentar la vigilancia en los pasos fronterizos como medida cautelar, y a ser posible disuasoria.
–Una medida muy prudente –contestó mientras se levantaba de su asiento para dirigirse a un ventanuco que permitiera observar el oeste–. ¿De cuantos efectivos dispone, de seiscientos, setecientos tal vez?
–Aproximadamente –contestó con voz queda. No le gustaba ser interrogado.
El Errante le hizo una señal para que se acercara a él.
–¿Ves ese campamento? –Le preguntó señalando a Ákrita.
Lord Xeos asintió con la cabeza.
–Allí habrá unos mil o dos mil soldados. Entrenados y educados para la guerra. Y más al norte está el Alcázar de la Encrucijada, donde habrá el doble. ¿Crees acaso que tu milicia de campesinos y ganaderos podrían siquiera frenar su avance si se lo propusieran?
–Por supuesto –contestó con el orgullo herido –. Mis hombres lucharan por su clan y los muros resistirán sus embistes.
El Errante le observó divertido, si bien no lo demostró así. Lord Xeos debía pensar que se encontraba en otro de esos duelos que le habían hecho famoso entre la nobleza de Xhantia.
–¿No has estado en ninguna batalla, verdad? –No esperó contestación–. Vuestros fuertes muros son de adobe. Fueron construidos para contener una caravana mercante, son casi de adorno. No podrán resistir el empuje de un ejército.
Lord Xeos, pese a tener fama de impetuosos entre sus amistades, no era ningún estúpido. Se separó del ventanuco y estudió al Errante una vez más. Ante él se mostraba un hombre curtido en innumerables batallas; un superviviente de las mayores contiendas y de las más peligrosas aventuras –si era verdad aquello que se comentaba en los nobles salones y cantaban los juglares en las plazas–; su sola presencia inspiraba más temor y respeto que la de cualquier rey, habiendo quien lo tenía como a un dios –su hermana entre ellos–.
–Es muy posible que tengas razón –claudicó–, quizás los refuerzos que esperamos cambien un poco la situación.
–¿Qué refuerzos?
–Espectantes. Enviamos un mensajero a Ciudad-Garra para solicitar su ayuda. Esta mañana hemos recibido contestación.
–¿Cuántos vendrán?
–Mil.
El Errante se apartó de la gruesa pared para sentarse en su silla junto a su anfitrión. Hizo una pausa para mirar despiadadamente a su anfitrión mientras aspiraba humo de su cigarro.
–¿Lo sabe La Asamblea?
La inesperada y sutil pregunta desarmó a Lord Xeos que por un instante empezó a balbucear como un xhantiano más hasta que su noble educación acudió instintivamente en su ayuda.
–La Asamblea es un órgano lento y necesito tomar decisiones rápidas –dijo excusándose–. Esta mañana, después de recibir la contestación he enviado a otro mensajero para pedirles autorización.
–Una medida muy inteligente, te felicito. Quizás sea la más importante que hayas tomado en tu vida –por un instante saltó a su mente la imagen de Lord Xeos en medio del fragor de la batalla pidiendo permiso a los ancianos de La Asamblea para atacar un flanco o defender otro flanco, y la imagen le hizo reír divertido– ¿Para cuándo esperas los refuerzos?
–Para esta noche.
Lord Xeos sacó de su bolsa una pequeña bota cuyo contenido vertió en un vaso cercano. Con un gesto se lo ofreció al Errante.
El Errante reconoció el olor de la savia y la rechazó con un ademán de su mano izquierda.
–Sólo espero que Ákrita no ataque esta noche antes de que lleguen.
–Tranquilo, por lo que sé no tienen ninguna intención de invadir Xhantia. Al menos por el momento.
–¿Cómo lo sabes?
El Errante le podría explicar que su oído era mucho más sensible que el de los demás; y que de la misma forma que oía como roncaba en su turno el guardia situado más al este del campamento, también oía los ruidos del campamento vecino y el correr de una jauría de lobos tres mil metros al noroeste.
–Simplemente lo sé –se limitó a responder.
–Bueno, si es cierto no deja de ser una buena noticia. Brindo por ello –celebró dispuesto a beber la savia.
Más la poderosa mano del Errante aferró la muñeca del noble deteniéndola a medio camino.
–También sé como actúan los espectantes. Y sé que cuando sepan que un aristócrata drogado de savia está al mando de la protección de la Puerta Oeste tomarán ellos el mando para poder cumplir su misión.
El aludido miró el vaso y sus ojos mostraron la comprensión que su cerebro se negaba a aceptar.
–¿Debería dejarlo?
–Ya mismo –y lentamente bajó la mano de Lord Xeos hasta posar el vaso en la mesa. Con la ayuda de un apretón en su muñeca el noble soltó el vaso.
–No será fácil –vaticinó.
–No te preocupes. Esperaré hasta que lleguen los espectantes –anunció apagando el cigarro en el vaso lleno de savia–, y después continuaré mi camino.
–Gracias.

No hay comentarios: