sábado, 20 de enero de 2018

6.3 El Errante: las bestias de la guerra Ep.6.3

Xhenis y El Errante celebran su amistad con cerveza al tiempo que debaten sobre quién podría ser el auténtico enemigo. Ambos coinciden en que todo apunta a la esposa del Ghinmes, Sylvania.

Xhenis se dejó caer en la silla abatido y prácticamente desesperanzado.
–Alguna solución habrá. ¿Quizás dejar que pase el tiempo y que Khronos ponga a todos en su lugar?
–En el momento que la gente base sus esperanzas en los dioses serán esclavos del Inframundo. Si se puede hacer algo lo deberemos hacer nosotros y no los dioses. –Contestó Vángar.
–No sé, no sé. Quizás sea la hora de «El Cambio»
–¿Qué «Cambio»? –La frase despejó al Errante como un jarro de agua fría.
Xhenis miró a las velas que iluminaban la estancia decidiéndose a contestar. –Ya sabes –dijo tímidamente avergonzado–, está escrito.
–No, no sé. ¿El qué está escrito? –Instó el visitante.
Al capitán no le hacía gracia la situación, nunca habría confesado en público su creencia en esa antigua profecía y sentía oleadas de reparos en decirla en voz alta. Y todos ellos se le agolpaban en la boca.
–Está escrito que «el día que el Ángel de la Muerte caiga el mundo cambiará y lo que fue de entonces nada permanecerá.» –Consiguió decir en voz baja, casi en susurros.
–¡Patrañas! –Estalló airado el Errante– No es ésta la actitud que has de tomar. ¡Tira al desierto este derrotismo tan insultante y levanta el arma desafiando a tus enemigos! ¿Quién lo dice? ¿Dónde está escrito? Yo soy el Ángel de Nebra. Durante mil novecientos años he vivido esperando el frío abrazo de la muerte. Buscándolo. Y por Nebra he sido ignorado toda mi larga vida, pero te aseguro que no tengo intención de caer ahora en el campo de batalla. –Terminó apoyando la cabeza en su mano derecha mezclando lágrimas con rabia y cansancio.
Xhenis, anonadado, observó en silencio a su amigo. Los apenas contenidos sollozos inundaban la tienda. Durante quince años habían compartido las penas y alegrías del campo de batalla pero nunca le había visto tan abatido. Nunca le había visto llorar. «¿Será pues cierto?», se preguntó. Mucha gente buscaba la fama autoproclamándose el Ángel de Nebra, para reunirse con ella poco después. Pero él no necesita más fama de la que tiene, y siempre ha huido de ella. «Y en quince años no ha envejecido un ápice.», se dijo. Pese a las evidencias preguntó:
–¿Estás seguro? –Tenía miedo a que su viejo amigo hubiera enloquecido.
El Errante levantó la cabeza y le observó sorprendido a través de las lágrimas.
–Vamos, debes de estar agotado por el viaje... –intentó explicarse el capitán.
–En verdad estoy cansado –interrumpió el Errante–¸ prácticamente desfallecido por el agotamiento, pero lo que te he revelado no es fruto de alucinación alguna. Tengo cicatrices que lo prueban –siguió poniéndose en pie–, pero esto no dejará lugar a dudas.
Al instante procedió a desnudarse el torso mostrando a su compañero el cuerpo del guerrero perfecto. Con su musculatura marcada por múltiples batallas varias cicatrices afloraban al exterior. Pero no fue nada de esto lo que dejó atónito al capitán; un gran tatuaje cubría todo su torso y espalda para seguir enroscándose por los brazos. Su intrincado diseño con motivos animales variaban continuamente siendo imposible fijarse en la exquisitez de los detalles. Xhenis no podía formular palabras y todo lo que consiguió pronunciar fueron balbuceos incoherentes.
–Exacto. Yo soy el Ángel de Nebra, el Ángel de la Muerte. Llevo andando por el mundo más tiempo del que pudieras soñar. He visto reinos crecer para luego ser barridos con el tiempo.
A grandes hombres marchitar en su vejez después de conseguir grandes proezas para luego perderse en el olvido. He visto muchas maravillas, más de las que a ningún mortal le deseo.
Pero Khronos se divierte conmigo y sigue fiel a su pacto con su prima Nebra.
 –Pero, ¿me estás diciendo que eres inmortal? –Consiguió preguntar su amigo.
–Si me clavas un cuchillo en el corazón moriré. Si me cortas el cuello moriré. Si me desangras moriré. Pero nunca envejeceré –dijo lastimándose de sí mismo.
–Si tanto quieres morir, aquí tienes –dijo ofreciéndole un cuchillo. –Tómalo. Y clávatelo en el corazón.
–Gracias, pero no es tan fácil.
Xhenis encarnó las cejas mostrando sorpresa.
–¿Por qué no? Es lo que quieres, ¿no?
–Sí, quiero –Contestó y al ver la siguiente pregunta en el rostro del capitán respondió antes de que ésta fuera formulada– Pero, ¿si es verdad?
–Antes has dicho que...
–Olvida lo que haya dicho antes –interrumpió con un gesto–, estaba rabioso y cansado. Hablaba engañosamente.
»El hecho es que en las antiguas ruinas de la ciudad de Kershe, situadas al norte de Lican, en una de la paredes, que milagrosamente siguen en pie, está escrito en sangre: “Y caerá el Ángel de la Muerte y el mundo caerá con él”. Así pues, si bien no habla explícitamente de la leyenda, convendrás conmigo que tampoco se difiere demasiado.»
–¿Y tú lo crees?
El Errante, ya sereno, observó el fondo de su jarra buscando en ella la respuesta adecuada.
–Durante años lo creí, luego supongo que dejó de tener importancia para mí y en lugar de permanecer escondido decidí salir y vivir como si no fuera así. Más de mil años han pasado desde entonces y durante todo ese tiempo llegue a una conclusión. Vivir mi vida, protegerla pero sin importarme el fin del mundo. Sólo como un humano más. Pero sin envejecer, claro–. Añadió melancólicamente.
Xhenis meditó largamente sus palabras y después concluyó:
–Es una sorprendente noticia sin duda, y me siento muy honrado que la hayas compartido conmigo. Pero, sin ánimo de ofenderte viejo amigo, es una pesada carga la que soportan tus hombros. Una carga que no quisiera llevar.


Vángar rió, libre como si la ruptura de una presa dejara escapar el agua estancada, como un torrente de alegría dijo:
–Tu sinceridad es de agradecer Xhenis –y bebió un gran trago de cerveza–. Y ahora, ¿por qué no me hablas de la situación en Trípemes? –Invitó.
–¿Te interesa?
–Me interesa ayudar y quizás te pueda echar una mano.
Xhenis y él conversaron sobre la situación brevemente y cuando acabaron el capitán le ofreció su lecho para que tomara reposo pero el Errante rechazó la invitación y desapareció de la tienda tan misteriosamente como había aparecido horas antes.
Ahora Xhenis se encontraba sólo. Y su pesimismo se había transformado en una incesante alegría que ni siquiera la amenaza de Sylvania en el norte la conseguía eliminar.
Estaba silbando en su tienda junto a su jarra de cerveza, otra vez llena, cuando irrumpió el sargento.
–¿Señor?
–¿Sí? Dime Aston. –No solía usar los nombres, aunque en privado se enorgullecía de saber todos los de sus hombres, y eso sorprendió al sargento.
–Un centinela de la empalizada norte dice haber visto una sombra, la figura de un hombre encapuchado que se dirigía a la ciudad desde el campamento. ¿Un espía quizás? ¿Debemos ir en su
busca?
–No, tranquilo –Contestó. «Sí que debía estar cansado», pensó. – Sólo conseguiríais más cadáveres, dejarlo marchar. Te puedes retirar.
Cuando el sargento atravesaba la entrada Xhenis le paró.
–¡Aston!
–¿Sí, señor?
–Pospondremos el ataque.
El sargento se limitó a asentir con la cabeza.
–Para dentro de treinta y seis horas –añadió.



miércoles, 17 de enero de 2018

6.2 El Errante: las bestias de la guerra. Ep.6.2

En el que El Errante visita a un viejo amigo; se quita el disfraz y charlan sobre los recientes problemas del mundo.



En la comodidad de su cabaña como general del ejército de la legión destinado a Trípemes Xhenis disfrutaba de unos de esos escasos momentos de paz que tan raramente había podido obtener desde que le adjudicaron la difícil misión de pacificación de la ciudad de Trípemes: una ciudad portuaria asediada por su propia corrupción interior hasta los límites de verse obligada a solicitar ayuda del exterior para limpiar las calles de rateros, asesinos y gente de similar calaña.
Pero a cinco kilómetros de la ciudad todo parecía diferente y el hecho de disponer de un barril privado de cerveza daba esperanzas para poder pasar una noche tranquila .
–¿Aún sueles beber cerveza hasta que sale el Sol?
Xhenis soltó la jarra sobresaltado y giró en redondo dispuesto a enfrentarse con el intruso. Una figura aparecía entre los cortinajes que separaban su camastro del resto de la tienda.
–¡Errante! ¡Bendito seas, que Begor te guarde! –Exclamó con los brazos abiertos esbozando una alegre sonrisa.
–Xhenis, viejo bribón –respondió el Errante correspondiéndole el abrazo–. Veo que has ascendido dentro de la Legión. 
–Así es, así es –afirmó con orgullo–. También yo veo que el tiempo parece no haber pasado para ti. Por Khronos que creo que el viejo dios se olvidó de ti con el paso de los años.
–No fue Khronos sino Nebra. Pero eso es otra historia –dijo el Errante con triste semblante–, y no dispongo de tiempo para contarla. Tal vez en otra ocasión.



Xhenis permaneció en silencio mientras llenaba dos jarras de cerveza negra de su preciado barril procedente de Xhantia, quizás a la espera de una posible aclaración posterior. Esta parecía no llegar y después de haberse sentado los dos, junto a una pequeña mesa con sus respectivas jarras, rompió el silencio mientras su visitante liaba un cigarro con aire pensativo.
–Dime pues, ¿qué poderosa razón te ha motivado a sortear la seguridad de mi campamento para infiltrarte en mi tienda? ¿Y a quién de todos mis hombres he de dar ejemplar castigo porque lo hayas conseguido? –Preguntó frunciendo el ceño.
–Contén tu ira –apaciguó El Errante con un cansino gesto de su mano izquierda–, pues bien sabes que nadie podría impedirme entrar si me lo propusiera y así ha sido esta vez –terminó aspirando profundamente de su cigarro.
–Lo haré pues así lo pides, pero sólo si te quitas ese ridículo parche. No te preocupes por visitas inesperadas pues he ordenado que no se me moleste hasta el alba y nadie reconocerá en ti a Vángar, el Primer legionario. 
El Errante se quitó el parche que usaba como disfraz y después de otro sorbo de cerveza preguntó pensativo:
–¿Qué noticias tienes de Ákrita? De la ciudad quiero decir.
–No gran cosa –contestó Xhenis desanimado–, se dice que el rey ha muerto a manos de su primo haciéndose éste con el poder del trono. Que hubo una matanza en palacio en la que algunos legionarios se vieron implicados y de la que se salvaron la princesa y ese viejo hechicero de Sebral –acabó con la amargura en la boca.
–Mago –corrigió el Errante.
–Mago pues –claudicó–. Los cuales desaparecieron huyendo con rumbo desconocido.
Vángar enmudeció, en parte debido al cansancio del viaje, pero esbozó una tímida sonrisa que a su compañero le pasó desapercibida. «Y así a de ser, por el momento.», pensó.
–Supongo que el nuevo rey habrá dado orden de busca y captura por todo el reino –continuó el capitán.
–Y la Legión, ¿cuál es su postura?
Xhenis miró pensativo a Vángar. Bebió un largo trago de cerveza para adquirir coraje y después de limpiarse la espuma de la boca con la manga contestó:
–Por ahora no hay ninguna postura oficial. Mis últimos contactos con mis superiores fueron hace cuatro días. Pero creo que nuestros cuarteles han sido respetados del saqueo y el pillaje. Quizás por miedo, o puede que por respeto, pero no lo sé seguro.
–¿Y tu postura?
–¿La mía? –Preguntó sorprendido–. Cumplir mis últimas órdenes, llevar a cabo mi misión –dijo agitando la jarra de cerveza con una mano–. Limpiar de escoria las calles de Trípemes –añadió señalando con la misma jarra un mapa de la ciudad que colgaba en un lado de la tienda. Y salpicando unas pocas gotas de cerveza en él.
El Errante no dijo nada. Su silencio enfureció a Xhenis.
–¡Bien sabes –saltó en cólera–, que los legionarios nunca juraremos lealtad a ningún rey! ¡Nunca! 
–¿Nunca?
–¡Por Sark que sino fueras tú ahora mismo te estarías tragando tus palabras junto al filo de mi acero! –Dijo desenfundando su espada para acompañar sus palabras.
El Errante permaneció silenciosamente inmóvil mientras observaba al capitán. Xhenis sudaba por el estallido de cólera, temía que sus gritos alertaran a sus hombres. Mas nada de ello dijo y permaneció a la espera con la espada en la mano. En un movimiento fugaz el Errante asió la jarra y se la llevó a los labios sobresaltando al capitán.
–Brindo por ello –dijo–, y ahora enfunda tu arma antes de que te hagas daño, ¿o te olvidas con quién estás hablando?
Xhenis obedeció vacilante y se volvió a sentar en su silla.
–Perdona –se disculpó–, pero no permito que se ponga mi honor en duda.
–Y así ha de ser amigo.
Los dos bebieron de sus jarras y el Errante reinició la conversación:
–Vengo de Xhantia, tu tierra.
La noticia sorprendió un poco a Xhenis, pero sólo un poco.
–¿Y? ¿Cómo va todo allí? –Preguntó intentado ocultar su sed de noticias.
–Pasé por el Paso de Copro para venir aquí. Se encuentra fuertemente vigilada por unos doscientos soldados, a las órdenes de un tal Lord Xeos, o algo así –dijo desentendiéndose de la duda con un gesto de su mano–. ¿Lo conoces?
–Sí, lo conozco. Es un pomposo idiota, un noble con aspiraciones a entrar en La Asamblea, pero sin embargo un diestro espadachín. Muy asustada debe de estar La Asamblea si le envía a él a vigilar la Puerta Oeste –dijo pensativo.
–Así es –continuó el Errante después de un trago de cerveza–. Se debe a que a menos de dos kilómetros de ella hay un campamento recién emplazado por orden del nuevo rey de Ákrita.
Xhenis dejó que hablara.
–Estuve hablando con ese Lord Xeos; al parecer la frontera norte con Ákrita se encuentra en la misma situación. La Asamblea a enviado a Elt, el Grande, a través del Desfiladero de Gruham hasta el Valle de los Reyes para proteger Xhantia del invasor –Xhenis abrió ampliamente los ojos por el golpe de la sorpresa–. No ha habido batalla aún pero Elt permanece con sus tres mil hombres en su lado del valle mientras en el otro acampa un ejército similar a la espera de órdenes de Ákrita. –Después de exponer la situación Vángar permaneció pensativo mirando la lona del techo de la tienda luchando con el cansancio. 
Xhenis meditaba sobre las noticias. Xhantia permanecía independientes del reino de Lican merced a un frágil tratado, y con la frontera este debilitada para reforzar las otras dos... 
El Errante interrumpió sus cavilaciones adivinando las preocupaciones del capitán:
–No temas. Xhantia y Lican han reforzado el tratado y no hay peligro de que os invada, por ahora.
–No entiendo –dijo Xhenis dubitativo–, Tú y yo conocemos a Ghinmes personalmente y nunca ha sido un hombre de armas, no lo creo capaz de planear un acto así. Y mucho menos de llevarlo a cabo.
–Tampoco yo lo creo –siguió Vángar entrecerrando los ojos. El cansancio empezaba a hacer presa de él. Por un instante Xhenis pensó que su amigo caería dormido–. Pero hay otra persona –consiguió recuperarse–, Sylvania.
–¿Su mujer? –Preguntó sorprendido. Pero luego recapacitó– Bueno. Creo que tú la conoces mejor que yo –dijo con una sonrisa burlona.
–En efecto.
–Yo creía que estaría la mano de algún poderoso mago en todo esto –confesó el capitán–, ¡Malditos sean! –Profirió poniéndose a andar en círculos por la tienda. Nervioso por la preocupación.
–Y aunque me pese decirlo temo que no te equivocas esta vez. Has de saber que Sylvania, a parte de ser una hermosa mujer es también un mago de los más poderosos. Ahora siéntate que me mareas.

viernes, 12 de enero de 2018

6.1 El Errante: las bestias de la guerra. Ep.6.1


En donde nos dejamos de relatos pretéritos y volvemos a la actualidad en la frontera. Mientras, Sylvania sigue sus experimentos de magia y alquimia para conseguir el soldado definitivo.

6-Trípemes



«...y esa es la autentica historia de lo que sucedió en ese bosque. Después de pensarlo detenidamente no creo que mi aportación hubiera variado mucho al desenlace de los acontecimientos; pues parecía ser que los lobos ya habían tomado cartas en el asunto y se dirigían a realizar lo mismo que yo había empezado.
»Espero que el relato os haya gustado y que mi narración no haya resultado demasiado monótona –dijo disculpándose por su falta de talento. 
Pero todos estaban absortos por sus palabras ajenos al resto del campamento hasta que el grito de un vigilante les sacó de sus abstracciones.
–¡Ya llegan señor! 
El Errante dirigió la vista a Katel, el vigilante de la muralla, y como una flecha corrió hacia la torre en busca del durmiente Lord Xeos.
–¡Despertad! –Le ordenó–. Las tropas que pediste se acercan por el este mientras os debatís entre el sueño y la apatía.
–¿Cómo decís? 
–¡Arriba si no quieres perder el mando de tus tropas, estúpido patán! –Le gritó mientras le zarandeaba.
–Está bien, está bien. Ya está –dijo desasiéndose del Errante.
–Muy bien –le dijo mientras le observaba severamente–. Entonces me voy.
–¿Te vas? –Le preguntó todavía incrédulo.
–Eso mismo. Ahora te toca a ti mantener el puesto, es la hora de la verdad. A partir de ahora todas tus decisiones serán de vital importancia para las vidas de aquellos que están a tu cargo. Afronta éste con la mayor de las responsabilidades y hazte merecedor del título que tan pavoneantemente ostentas.
Al susurro de unas arcanas palabras un aro de luz azul apareció a la derecha del Errante. 
–Qué Sark os guarde –le deseó al noble al tiempo que se internaba por el portal mágico.



Sylvania sonreía de satisfacción. Aunque sus siervos del pozo retrocedían al verla sonreír, tropezándose algunos con otros, estaban equivocados. Lo que ellos entendían por diabólico no era más que la marca de una sonrisa de satisfacción forzada por el cansancio y la dificultad reinante en el subsuelo para respirar. Si bien su bello rostro se encontraba rasgado por el agotamiento ella se encontraba radiante de alegría; había invertido muchas horas de estudio, pruebas y más pruebas infructuosas para obtener su propósito. Ella sola había logrado modificar el proceso de creación del jugger, un proceso invariable durante cientos de años, para obtener un jugger más independiente pero igual de eficiente y leal que sus predecesores. Esa autonomía permitiría a Sylvania crear todo un ejército de juggers. Un ejército invencible.
Entre forzosos respingos se mantenía de pie observando el pastoso caldo amarillo que contenía el pozo. El jugger debería aparecer justo ahora. 
No aparecía.
Pacientemente esperó. Grandes cascadas de caldo ardiente caían directamente de la superficie para alimentar el pozo. Otras, más pequeñas pero también más numerosas, caían de distintas tuberías que surgían de diferentes alturas de la rocosa pared atravesando las más grandes. El continuo torrente producía un estruendo ensordecedor que impedía cualquier conversación obligando el mutismo. Enormes columnas de vapor emanaban del pozo hasta ocultar el manto de estrellas.
Y ella esperaba.
–¡Ahí! –Gritó a través del ruido. Y sus sirvientes más cobardes huyeron aterrados por el grito.
De la superficie del burbujeante caldo una atlética figura surgía lentamente; como si fuera alzada por una gigantesca mano la criatura alcanzó la superficie del caldo. Alzó la cabeza y entre su mojado y enmarañado pelo miró a su ama. Sylvania le esperó en silencio. El jugger se acercó lentamente hacia ella, paso a paso, andando por la superficie del caldo. Al llegar a ella la figura se arrodilló y Sylvania gritó por su triunfo helando la sangre del resto de los sirvientes presentes.
Todos los juggers anteriores habían necesitado la guía de su ama para los primeros pasos pero éste no, ya no. Lo había conseguido.
–Prepararlo para la batalla –ordenó al maestro armero, que esperaba pacientemente a sus espaldas.

martes, 9 de enero de 2018

5.2 El Errante: las bestias de la guerras. Ep.5.2

En donde se relata el final de aquel sangriento encuentro entre El Errante y aquellos seres de tierras lejanas.


No sé bien que debió de ocurrir dentro de la cabaña. Supongo que discutirían sobre la decisión a toma: huir o quedarse para luchar conmigo. Aunque creo que el hombre debería de estar más decidido por la primera opción las mujeres salieron en mi busca poco después. 
Desde mi posición pude observar el milagroso cambio de sus esbeltas figuras femeninas a sus poderosos cuerpos de leonas mientras se internaban en la oscuridad del bosque siguiendo mis huellas. Desde mi posición en lo alto de un árbol esperé a ver si el león salía de su hogar pero no lo hizo. Volví hacia un claro del bosque en donde estaban las dos leonas siguiendo mis huellas. Entonces no le hice mucho caso pero ahora recuerdo que me pareció oler –sí, he dicho oler- como unos lobos se acercaban por el norte. 
Salté sobre una de ellas clavándole la vara en la espalda, rompiéndole la columna y dejándola inmovilizada en la hierba. La otra leona no esperó y saltó sobre mí con gran furia. Un giro de muñeca y un movimiento de mi brazo izquierdo bastaron para trazar un arco con la vara que la desvió brutalmente de su salto para arrojarla contra un árbol tres metros a mi izquierda. Tardó poco en recuperarse y mientras desenvainaba la espada oculta en la vara pude observar como sus ojos me miraban con rabia asesina al reconocer lo que le había hecho a su compañera. Saltó repentinamente clavándose mi espada en lo más profundo de sus fauces. Su muerte fue instantánea y me alegro de decir que no creo que sufriera mucho. Desencajé la espada del cadáver mientras éste se transformaba en la bella mujer que me había servido el vaso de agua momentos antes. Me acerqué a la otra leona que agonizaba en el suelo y con un certero tajo le cercené la cabeza. Limpié mi espada en su pelaje momentos antes de que desapareciera para convertirse en la suave piel de una mujer.
Descansé un momento observando los dos cuerpos, esperando la llegada del león que no apareció. No se muy bien porque pero recogí los cadáveres para llevárselos al hombre que esperaba en la cabaña. Cuando llegué me miró perplejo –supongo que no esperaría que volviera-, mientras deposité los cuerpos de sus compañeras en la puerta de su hogar. Su rostro se transformó de la sorpresa a la tristeza y se arrodillo entre sollozos junto a ellas.
–Hasta la puesta del Sol –le repetí mientras me volvía a dirigir al bosque.
No debería de haberle dado la espalda porque el león saltó clavándome su mandíbula en mi hombro izquierdo. Una punzada de dolor recorrió inesperadamente todo mi cuerpo haciéndome perder el equilibrio. Caí sin control contra el suelo. El león se acercó a mi cara convulsionada por el dolor. De sus fauces manaba su rabia y su furia se agolpaba en sus ojos desesperada por salir al exterior. Su saliva caía sobre mi rostro mientras saboreaba la venganza. Abrió sus fauces para el mordisco final y dos lobos saltaron sobre él atacándolo por los dos flancos. Durante todo el momento que permanecí inmóvil postrado en el suelo pude ver como decenas de lobos nos habían rodeado y atacaban despiadadamente al león por oleadas. El león se defendía clavándoles sus zarpas a unos, desgarrando a otros con sus dientes; numerosas fueron las bajas entre los lobos pero al final el número superó al poder del león que cayó agotado, sangrando, moribundo por las numerosas heridas sufridas. 
Al caer éste los lobos se apartaron de su enemigo. Un lobo blanco se acercó lentamente al león; parecía tener más de mil años, radiaba nobleza en su porte, con un gran poder interior y sus ojos mostraban una inteligencia milenaria. Todos los demás lobos parecían obedecerle y no me extrañaría que perteneciera a la manada que acabó con el gran jabalí. El lobo acercó sus fauces al estomago del león y le clavó simbólicamente los dientes, luego se apartó del vencido. El resto de los lobos cayeron sobre el león desgarrándole y deshaciendo el cadáver en varios pedazos que se comieron ávidamente.
El lobo blanco se acercó a mí y me miró fijamente. Parecía calibrarme cuidadosamente. Cuando terminó lo que estuviera haciendo acercó aún más su hocico a mi cara y me dio un lametón. Luego levantó la cabeza y a su orden todos los demás lobos le siguieron hacia lo más profundo del bosque. 

miércoles, 3 de enero de 2018

5.1 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 5.1

En donde El Errante relata su encuentro con leyendas del lejano sur en tierras más civilizadas.

5-Leones


... Era una mañana apacible de primavera, los campos estaban verdes, los cielos despejados y en el aire se respiraba el aroma perfumado de las flores silvestres. Llegado a un vado que servía de abrevadero para los animales del lugar, junto a unos sauces llorones, encontré los restos de varios lobos; despojos de un feroz ataque en el que estos sagrados animales habían salido perdiendo. Junto a ellos localicé huellas de diferentes animales y las de un grupo de humanos alrededor de la masacre.
Estuve un tiempo reconociendo las huellas y luego seguí las de los humanos que llevaban a una granja junto al camino. En su interior varias personas discutían sobre el problema: Al parecer no eran los primeros lobos que encontraban muertos, algún tipo de animal los había incluido en su menú como plato principal y único, produciendo un grave desequilibrio en la fauna, por no hablar en lo religioso. Creo que empezaban a creer que el Gran Jabalí había vuelto para vengarse del pueblo de Xhantia. Una voz silenció a los reunidos:
–¡Vale ya de discutir entre nosotros! –Gritó–. Deberíamos de estar dando caza a esos animales en lugar de estar aquí debatiéndolo e inculparnos los unos a los otros de nuestra ineptitud.
–Sabes que siempre que lo hemos intentado hemos perdido su rastro, simplemente desaparecen –aclaró una voz más grave–. Además, todavía no sabemos frente a que animal nos enfrentamos, ¿qué son? ¿Lo sabes tú?
–Leones –dije yo en el umbral de la granja creando el silencio. Me adelanté un poco para permitir paso a la luz–. Son leones, un macho y dos hembras a juzgar por la profundidad de las huellas.
 Nadie dijo nada pero en sus rostros pude ver que era reconocido; quizás por los relatos que hubieran oído, algún dibujo o simplemente que nunca habían visto a alguien con un parche en el ojo –dijo golpeándose levemente el suyo-.
–Leones, ¿qué son leones? –Preguntó el de la voz más grave, un viejo cazador barbudo al que le expliqué:– Leones; viejos familiares de los grandes dientes de sable de los helados reinos del norte, pero éstos son oriundos de los reinos del sur, más allá del Gran Desierto.
La noticia les sorprendió pero tuvieron que rendirse ante la evidencia, aún sin más pruebas que mis palabras. Poco después me encontraba rastreando las huellas de los leones, los cuales se internaban en el bosque para desaparecer en el lecho de un río. En aquel momento, cuando decidía por donde seguir la búsqueda, el rugido de un león marcando el territorio me indicó la dirección. Río abajo encontré otro tipo de huellas en la otra orilla: Eran huellas humanas de pies descalzos (algo bastante raro en un bosque). Eso y que parecían ser de un hombre y dos mujeres me mostró el rumbo a seguir. Siguiendo las huellas me interné en lo más profundo del bosque; la espesura me impedía avanzar con comodidad, la vegetación alcanzaba grandes alturas y los árboles milenarios, sobrevivientes del “Gran Desastre”, formaban un frondoso techo que impedía el paso de la luz.
De improvisto el viento cambio de dirección. El rugido de un león macho respondió a mi olor. Sin duda alguna llevaba la dirección correcta. Ajeno al resto del bosque apreté mi paso hacia la fuente del rugido. De súbito me topé con un claro en el bosque y en él una cabaña de madera, de cuyo interior surgía el sonido de una acalorada discusión; dos voces femeninas recriminaban a una tercera masculina. Sin temor me acerqué a la puerta y educadamente golpeé la sucia madera anunciando mi presencia.
El silencio se adueñó de la cabaña. Una mujer de tez morena y larga melena negra abrió la puerta:
–¿Sí? – Preguntó.
–Buenos días– le contesté educadamente–. Estaba cazando y es obvio que me he extraviado en el bosque, ¿me permiten pasar para descansar un rato y quizás pudieran orientarme para salir del bosque? – Mentí descaradamente, y a juzgar por la expresión de sus rostros ninguno de los presentes se lo creyó, pero a pesar de todo el hombre asintió con la cabeza y la mujer me permitió pasar.
 Dentro otra mujer, del mismo color de piel  y cuerpo atlético que la primera, me indicó que me sentara junto a una mesa. El hombre se sentó enfrente de mí. He de decir que todos estaban vestidos con poca ropa, simplemente unos taparrabos impedían ver más allá de lo que permite el decoro; lo cual me permitía observar los poderosos músculos bronceados del hombre.
La misma mujer que abrió la puerta nos trajo un vaso de agua. El hombre bebió un trago y comenzó a hablar.
–Así pues se ha perdido en el bosque mientras cazaba, ¿verdad?
–Así es.
–Y, ¿qué estaba cazando?
–Leones– le contesté, y entonces os juro por Begor que puede sentir como su corazón se alteraba y empezaba a golpear con furia su pecho.
–¡¿Leones?! – repitió asombrado.
–Sí, leones. Son unos felinos grandes que habitan las estepas más allá del Gran Desierto...
–¡Ya sé lo que son! –me interrumpió–. Simplemente no me explico como han podido llegar desde tan lejos y como un simple viajero pretende enfrentarse él solo contra tres bestias como esas.
–No creo que lograran atravesar las malditas cañadas de Liorot, supongo que pasarían por la gran muralla que separa el reino de Ellodes de los reinos del sur. ¿Sabéis?, por el tono de vuestra piel bien podíais ser nativos de esos reinos.
 Él no dijo nada, se limitó a esperar a que yo terminara, pero podía percibir la agitación que se producía en las mujeres detrás de él.
–Es curioso –seguí hablando–, pero en uno de esos reinos, existe una aldea situada en una gran meseta verde en donde habita una tribu que posee una leyenda de lo más curiosa. Dicen los antiguos del lugar que cerca de allí, en las montañas del este, habitan las estepas una especie de tribu muy especial: La cual dicen poseer la capacidad de transformarse en leones a voluntad. Pero esto, por supuesto, no son más que leyendas y no hay que hacer mucho caso a estas cosas, ¿verdad?
La mujer que había permanecido apartada de nosotros se acercó a mí. Su cara pareció transformase por un instante en el semblante de una leona furiosa: –¿Quién demonios eres? –Me preguntó en medio de una especie de rugido.
–Por estos lares se me conoce como El Errante, pero tengo muchos más nombres y la tribu antes mencionada me conoce como Mahadi, el portador de sombras.
La mujer volvió a su anterior posición detrás del hombre, perpleja por mi respuesta.
–No sé muy bien que están haciendo aquí tres leones perdidos tan lejos de su hogar, pero han de saber que han cometido un grave error al intentar aniquilar a los lobos de la zona. ¿Sabéis?, los lobos son los animales sagrados del reino.
Las dos mujeres se pusieron a los lados del hombre, no sé si pretendían atacarme o simplemente escucharme mejor pero en ese momento el hombre comenzó a hablar.
–En ese caso... esos leones han sido desafortunados por sus acciones y quizás merezcan algún tipo de castigo.
–No creo que merezcan castigo alguno –le sorprendí–, si pudiera hablar con ellos les daría un plazo para marcharse del lugar y dejar así que el tiempo cure las heridas. Es posible que más tarde las cosas vuelvan a su cauce normal y puedan convivir lobos y leones en paz.
–Es posible, sí. ¿De cuanto plazo estaríais hablando?, sólo por curiosidad.
–Hasta que se ponga el Sol, de lo contrario... –dejé las palabras flotando en el aire mientras salía por la puerta de la cabaña. Una vez fuera comprobé la dirección del viento y me interné dentro del bosque con la esperanza de esconderme hasta que se escondiera el Sol.