miércoles, 3 de enero de 2018

5.1 El Errante: las bestias de la guerra. Episodio 5.1

En donde El Errante relata su encuentro con leyendas del lejano sur en tierras más civilizadas.

5-Leones


... Era una mañana apacible de primavera, los campos estaban verdes, los cielos despejados y en el aire se respiraba el aroma perfumado de las flores silvestres. Llegado a un vado que servía de abrevadero para los animales del lugar, junto a unos sauces llorones, encontré los restos de varios lobos; despojos de un feroz ataque en el que estos sagrados animales habían salido perdiendo. Junto a ellos localicé huellas de diferentes animales y las de un grupo de humanos alrededor de la masacre.
Estuve un tiempo reconociendo las huellas y luego seguí las de los humanos que llevaban a una granja junto al camino. En su interior varias personas discutían sobre el problema: Al parecer no eran los primeros lobos que encontraban muertos, algún tipo de animal los había incluido en su menú como plato principal y único, produciendo un grave desequilibrio en la fauna, por no hablar en lo religioso. Creo que empezaban a creer que el Gran Jabalí había vuelto para vengarse del pueblo de Xhantia. Una voz silenció a los reunidos:
–¡Vale ya de discutir entre nosotros! –Gritó–. Deberíamos de estar dando caza a esos animales en lugar de estar aquí debatiéndolo e inculparnos los unos a los otros de nuestra ineptitud.
–Sabes que siempre que lo hemos intentado hemos perdido su rastro, simplemente desaparecen –aclaró una voz más grave–. Además, todavía no sabemos frente a que animal nos enfrentamos, ¿qué son? ¿Lo sabes tú?
–Leones –dije yo en el umbral de la granja creando el silencio. Me adelanté un poco para permitir paso a la luz–. Son leones, un macho y dos hembras a juzgar por la profundidad de las huellas.
 Nadie dijo nada pero en sus rostros pude ver que era reconocido; quizás por los relatos que hubieran oído, algún dibujo o simplemente que nunca habían visto a alguien con un parche en el ojo –dijo golpeándose levemente el suyo-.
–Leones, ¿qué son leones? –Preguntó el de la voz más grave, un viejo cazador barbudo al que le expliqué:– Leones; viejos familiares de los grandes dientes de sable de los helados reinos del norte, pero éstos son oriundos de los reinos del sur, más allá del Gran Desierto.
La noticia les sorprendió pero tuvieron que rendirse ante la evidencia, aún sin más pruebas que mis palabras. Poco después me encontraba rastreando las huellas de los leones, los cuales se internaban en el bosque para desaparecer en el lecho de un río. En aquel momento, cuando decidía por donde seguir la búsqueda, el rugido de un león marcando el territorio me indicó la dirección. Río abajo encontré otro tipo de huellas en la otra orilla: Eran huellas humanas de pies descalzos (algo bastante raro en un bosque). Eso y que parecían ser de un hombre y dos mujeres me mostró el rumbo a seguir. Siguiendo las huellas me interné en lo más profundo del bosque; la espesura me impedía avanzar con comodidad, la vegetación alcanzaba grandes alturas y los árboles milenarios, sobrevivientes del “Gran Desastre”, formaban un frondoso techo que impedía el paso de la luz.
De improvisto el viento cambio de dirección. El rugido de un león macho respondió a mi olor. Sin duda alguna llevaba la dirección correcta. Ajeno al resto del bosque apreté mi paso hacia la fuente del rugido. De súbito me topé con un claro en el bosque y en él una cabaña de madera, de cuyo interior surgía el sonido de una acalorada discusión; dos voces femeninas recriminaban a una tercera masculina. Sin temor me acerqué a la puerta y educadamente golpeé la sucia madera anunciando mi presencia.
El silencio se adueñó de la cabaña. Una mujer de tez morena y larga melena negra abrió la puerta:
–¿Sí? – Preguntó.
–Buenos días– le contesté educadamente–. Estaba cazando y es obvio que me he extraviado en el bosque, ¿me permiten pasar para descansar un rato y quizás pudieran orientarme para salir del bosque? – Mentí descaradamente, y a juzgar por la expresión de sus rostros ninguno de los presentes se lo creyó, pero a pesar de todo el hombre asintió con la cabeza y la mujer me permitió pasar.
 Dentro otra mujer, del mismo color de piel  y cuerpo atlético que la primera, me indicó que me sentara junto a una mesa. El hombre se sentó enfrente de mí. He de decir que todos estaban vestidos con poca ropa, simplemente unos taparrabos impedían ver más allá de lo que permite el decoro; lo cual me permitía observar los poderosos músculos bronceados del hombre.
La misma mujer que abrió la puerta nos trajo un vaso de agua. El hombre bebió un trago y comenzó a hablar.
–Así pues se ha perdido en el bosque mientras cazaba, ¿verdad?
–Así es.
–Y, ¿qué estaba cazando?
–Leones– le contesté, y entonces os juro por Begor que puede sentir como su corazón se alteraba y empezaba a golpear con furia su pecho.
–¡¿Leones?! – repitió asombrado.
–Sí, leones. Son unos felinos grandes que habitan las estepas más allá del Gran Desierto...
–¡Ya sé lo que son! –me interrumpió–. Simplemente no me explico como han podido llegar desde tan lejos y como un simple viajero pretende enfrentarse él solo contra tres bestias como esas.
–No creo que lograran atravesar las malditas cañadas de Liorot, supongo que pasarían por la gran muralla que separa el reino de Ellodes de los reinos del sur. ¿Sabéis?, por el tono de vuestra piel bien podíais ser nativos de esos reinos.
 Él no dijo nada, se limitó a esperar a que yo terminara, pero podía percibir la agitación que se producía en las mujeres detrás de él.
–Es curioso –seguí hablando–, pero en uno de esos reinos, existe una aldea situada en una gran meseta verde en donde habita una tribu que posee una leyenda de lo más curiosa. Dicen los antiguos del lugar que cerca de allí, en las montañas del este, habitan las estepas una especie de tribu muy especial: La cual dicen poseer la capacidad de transformarse en leones a voluntad. Pero esto, por supuesto, no son más que leyendas y no hay que hacer mucho caso a estas cosas, ¿verdad?
La mujer que había permanecido apartada de nosotros se acercó a mí. Su cara pareció transformase por un instante en el semblante de una leona furiosa: –¿Quién demonios eres? –Me preguntó en medio de una especie de rugido.
–Por estos lares se me conoce como El Errante, pero tengo muchos más nombres y la tribu antes mencionada me conoce como Mahadi, el portador de sombras.
La mujer volvió a su anterior posición detrás del hombre, perpleja por mi respuesta.
–No sé muy bien que están haciendo aquí tres leones perdidos tan lejos de su hogar, pero han de saber que han cometido un grave error al intentar aniquilar a los lobos de la zona. ¿Sabéis?, los lobos son los animales sagrados del reino.
Las dos mujeres se pusieron a los lados del hombre, no sé si pretendían atacarme o simplemente escucharme mejor pero en ese momento el hombre comenzó a hablar.
–En ese caso... esos leones han sido desafortunados por sus acciones y quizás merezcan algún tipo de castigo.
–No creo que merezcan castigo alguno –le sorprendí–, si pudiera hablar con ellos les daría un plazo para marcharse del lugar y dejar así que el tiempo cure las heridas. Es posible que más tarde las cosas vuelvan a su cauce normal y puedan convivir lobos y leones en paz.
–Es posible, sí. ¿De cuanto plazo estaríais hablando?, sólo por curiosidad.
–Hasta que se ponga el Sol, de lo contrario... –dejé las palabras flotando en el aire mientras salía por la puerta de la cabaña. Una vez fuera comprobé la dirección del viento y me interné dentro del bosque con la esperanza de esconderme hasta que se escondiera el Sol.

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