martes, 9 de enero de 2018

5.2 El Errante: las bestias de la guerras. Ep.5.2

En donde se relata el final de aquel sangriento encuentro entre El Errante y aquellos seres de tierras lejanas.


No sé bien que debió de ocurrir dentro de la cabaña. Supongo que discutirían sobre la decisión a toma: huir o quedarse para luchar conmigo. Aunque creo que el hombre debería de estar más decidido por la primera opción las mujeres salieron en mi busca poco después. 
Desde mi posición pude observar el milagroso cambio de sus esbeltas figuras femeninas a sus poderosos cuerpos de leonas mientras se internaban en la oscuridad del bosque siguiendo mis huellas. Desde mi posición en lo alto de un árbol esperé a ver si el león salía de su hogar pero no lo hizo. Volví hacia un claro del bosque en donde estaban las dos leonas siguiendo mis huellas. Entonces no le hice mucho caso pero ahora recuerdo que me pareció oler –sí, he dicho oler- como unos lobos se acercaban por el norte. 
Salté sobre una de ellas clavándole la vara en la espalda, rompiéndole la columna y dejándola inmovilizada en la hierba. La otra leona no esperó y saltó sobre mí con gran furia. Un giro de muñeca y un movimiento de mi brazo izquierdo bastaron para trazar un arco con la vara que la desvió brutalmente de su salto para arrojarla contra un árbol tres metros a mi izquierda. Tardó poco en recuperarse y mientras desenvainaba la espada oculta en la vara pude observar como sus ojos me miraban con rabia asesina al reconocer lo que le había hecho a su compañera. Saltó repentinamente clavándose mi espada en lo más profundo de sus fauces. Su muerte fue instantánea y me alegro de decir que no creo que sufriera mucho. Desencajé la espada del cadáver mientras éste se transformaba en la bella mujer que me había servido el vaso de agua momentos antes. Me acerqué a la otra leona que agonizaba en el suelo y con un certero tajo le cercené la cabeza. Limpié mi espada en su pelaje momentos antes de que desapareciera para convertirse en la suave piel de una mujer.
Descansé un momento observando los dos cuerpos, esperando la llegada del león que no apareció. No se muy bien porque pero recogí los cadáveres para llevárselos al hombre que esperaba en la cabaña. Cuando llegué me miró perplejo –supongo que no esperaría que volviera-, mientras deposité los cuerpos de sus compañeras en la puerta de su hogar. Su rostro se transformó de la sorpresa a la tristeza y se arrodillo entre sollozos junto a ellas.
–Hasta la puesta del Sol –le repetí mientras me volvía a dirigir al bosque.
No debería de haberle dado la espalda porque el león saltó clavándome su mandíbula en mi hombro izquierdo. Una punzada de dolor recorrió inesperadamente todo mi cuerpo haciéndome perder el equilibrio. Caí sin control contra el suelo. El león se acercó a mi cara convulsionada por el dolor. De sus fauces manaba su rabia y su furia se agolpaba en sus ojos desesperada por salir al exterior. Su saliva caía sobre mi rostro mientras saboreaba la venganza. Abrió sus fauces para el mordisco final y dos lobos saltaron sobre él atacándolo por los dos flancos. Durante todo el momento que permanecí inmóvil postrado en el suelo pude ver como decenas de lobos nos habían rodeado y atacaban despiadadamente al león por oleadas. El león se defendía clavándoles sus zarpas a unos, desgarrando a otros con sus dientes; numerosas fueron las bajas entre los lobos pero al final el número superó al poder del león que cayó agotado, sangrando, moribundo por las numerosas heridas sufridas. 
Al caer éste los lobos se apartaron de su enemigo. Un lobo blanco se acercó lentamente al león; parecía tener más de mil años, radiaba nobleza en su porte, con un gran poder interior y sus ojos mostraban una inteligencia milenaria. Todos los demás lobos parecían obedecerle y no me extrañaría que perteneciera a la manada que acabó con el gran jabalí. El lobo acercó sus fauces al estomago del león y le clavó simbólicamente los dientes, luego se apartó del vencido. El resto de los lobos cayeron sobre el león desgarrándole y deshaciendo el cadáver en varios pedazos que se comieron ávidamente.
El lobo blanco se acercó a mí y me miró fijamente. Parecía calibrarme cuidadosamente. Cuando terminó lo que estuviera haciendo acercó aún más su hocico a mi cara y me dio un lametón. Luego levantó la cabeza y a su orden todos los demás lobos le siguieron hacia lo más profundo del bosque. 

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