viernes, 9 de marzo de 2018

6.6 El Errante: las bestias de la guerra. Ep. 6.6

A lo largo de sus aventuras el Errante ha hecho amistades y enemigos. Quizás sea la hora de recurrir a uno de ellos. Descansando en su habitación espera paciente que su llamada sea respondida y acuda a él.


El peso de las horas venció a la voluntad del Errante que cayó bajo los efectos del cansancio en intranquilo sueño en la aparente seguridad de su habitación. Las horas pasaron apaciblemente hasta cercana el alba, cuando una figura se descolgó ágilmente desde el techo de la posada hasta su ventana, por donde penetró sigilosamente acercándose al catre en donde reposaba.
Pese a ser un maestro en el arte del sigilo Shamer conocía lo suficiente al Errante como para saber que su entrada no había pasado desapercibida. Así pues, cruzándose de brazos al tiempo que agitaba levemente su elegante capa azul, se limitó a apoyarse en una pequeña mesita al otro lado de la habitación, se colocó bien el pañuelo de la cabeza y preguntó:
–¿Me buscabas?
–Sí, te buscaba –contestó incorporándose del catre.
–Pues empieza a escupir porque no quiero permanecer contigo más de lo necesario, perro.
El Errante echó un vistazo al visitante. Shamer vestía un pantalón verde holgado, en su muslo izquierdo un cinto sujetaba tres cuchillos, gemelo al del muslo derecho. Por armadura llevaba un peto de cuero con forma de escamas, del cual se sujetaba una capa azul claro gracias a dos adornos plateados de forma ovalada; El primero enganchado en la parte superior del pecho derecho, cerca del cuello, y el segundo en la parte inferior del pectoral izquierdo, unido al primero con una fina cadena de plata. De su cinturón no colgaba arma alguna, pero el Errante sabía bien que ocultos en su espalda llevaba siempre dos grandes cuchillos curvados. Un pañuelo negro cubría su rubia melena recogida en una coleta y una cuidada barba adornaba su rostro.
–Quiero encargarte una misión. Una misión peligrosa de la que quizás no salgas vivo –explicó mientras liaba un cigarro.
–Suena muy feo.
El Errante terminó de liar el cigarro, el fuego se encontraba al lado de Shamer. Con la mirada le pidió que se lo acercara pero el intruso hizo caso omiso de su silenciosa petición. El Errante se levantó y se encendió el cigarro situándose más cerca de Shamer de lo que le hubiera gustado.
–Es muy feo. Créeme.
–¿Y por que yo?
–Porque eres uno de los pocos que ha sobrevivido luchando contra mí. Y eso es mucho más de lo que pueden decir otros.
–Sobrevivir. ¡Ja! Si no fuera por aquella fulana despistada habría acabado contigo antes de que te dieras cuenta.
–Puede ser, y puede que no. Quién te dice que no sabía que te encontrabas escondido en ese callejón. Igual que ahora sé que agarras el cuchillo izquierdo mientras yo estoy de espaldas a ti.
Shamer retiró sus manos de su arma mientras tragaba saliva.
–¿De qué demonios se trata?
El Errante se giró mientras se volvía a recostar en el catre, fumó y expiró el humo. Mientras fijaba la vista en el techo, en sus travesaños de madera que sostenían el peso de la techumbre de teja.
–Entrar en Ákrita y descubrir todo lo que allí sucede. Luego quizás más.
–¡Estás loco!
–Puede ser. Pero necesito a alguien allí. Alguien que no desentone, quizás un pirata con un pañuelo en la cabeza. –Añadió irónicamente.
–Estás loco. Me pides que vaya a una zona en guerra, o peor.
–Así es. ¿Lo harás?
Hubo un momento de silencio en el que el pirata parecía meditar el asunto.
–¿Cuál es el plan?
–Eres un pirata, ¿no?
–Sí. –Más que decirlo lo silbó entre los dientes.
–Pues remontar el río hacia el Noreste y llegar así a Ákrita.
–¿Y cómo se supone que voy a remontar el río? Para eso se necesita un barco. ¿De dónde saco uno y ahora?
–No creo que eso te cueste mucho. Róbalo si así lo deseas, no me importa.
–¡Muérete! ¿Y por qué no vas tú?
–Me gustaría, pero tengo cosas urgentes que hacer. Pero no te preocupes, si necesitas una niñera creo que podré conseguirte una.
–Déjalo, si voy iré solo.
Shamer se sentó en la silla que se encontraba junto a la mesita. Empezó a desear no haber entrado en aquella habitación, por muchas ganas que tuviera de acabar lo que una vez hubieron empezado. Algo le decía que acabaría aceptando.
–¿Por qué debería hacerlo? –Preguntó. Más para él mismo que para el Errante, pero éste le oyó.
–Por dinero, tal vez –contestó.
–El dinero no me convencerá esta vez. Esta vez no.
–Está bien. Te lo diré bien claro. Mañana por la mañana cogerás un maldito barco en dirección a Ákrita, subirás por el río hasta la capital porqué es la última oportunidad que tiene un viejo pirata como tú para hacer algo realmente importante y redimirse frente a los dioses de todos sus pecados.
–No creo en la redención –contestó chasqueando la lengua contra el paladar mientras sus ojos buscaban algo de valor en la habitación. –Y no soy tan viejo como crees.
–Mejor, así no desentonarás con toda la calaña que deben de estar acumulando.
–Hombre, gracias.
–¿Lo harás entonces?
–A cambio de una condición. Cuando todo esto acabe volveremos a encontrarnos y acabaremos lo que entonces empezamos. Así sabremos quien de los dos es mejor.
–¿Estás seguro? Durante cinco años me has perseguido para terminar el combate y nunca has conseguido más que rasguños.
–Cuestión de suerte. La tuya, claro.
–Claro.
–Y me tendrás que pagar mucho dinero, muchísimo.
–Vale. Toma, ponte esto, no hay tiempo que perder  –le dijo mientras le lanzaba un pequeño brazalete cobrizo–. Con él nos podremos comunicar en la distancia como si estuviéramos juntos, como ahora.

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